El pueblo de los cazadores de rayos

El mito de los rayos atrajo a los ambiciosos. Temblaban los pararrayos en las torres de la iglesia, allí el trueno siempre ha sido aturdidor y repercute con los comentarios de sus mitos de aquel tiempo del oro, con treinta y siete túneles imaginados que entre el agua y los derrumbes se ocultaron en la mina de Míster Smith y aquellas otras minas, bajo el árbol de mango, junto a la palma de corozos y bajo los sótanos de la casa emblemática de Emiliano Giraldo.

Los tiempos del oro en Tacaloa

Marsella pudo ser Tacaloa, aquella mezcolanza de conversaciones y memorias que se han repetido y revuelto, tantas muchas veces, desde un ocho de octubre al inicio del siglo XX: Eran tres de la tarde, la energía de un rayo bajó desde los cielos, penetró por una veta bajo una casa del poblado de Pácora, se revolcó entre rocas de oro y viajó a la velocidad de la luz entre los minerales auríferos de la cordillera de los Andes; buscaba el sur, alumbraba lejísimo, con cada relumbrón viajaba más allá. A los pocos instantes espabiló bajo la cama donde se marcó la ruta de un sueño, con las mismas señales del Espíritu Santo que marcaban la pared donde viviría un cura iluminado, Jesús María Estrada. Era de Pácora y tras ese presagio de luces con estruendos se apareció una tarde en el caserío de Segovia.

Monseñor Jesús María Estrada – Marsella años 60

Jesús María en Marsella, ejerció como cura de almas y pecadores, con poder de misa y olla, con las señales de aquel rayo que había marcado el oro como señal divina: «Estamos signados por los designios de Dios«, decía, y así domesticó a los hijos descarriados del Dios católico: liberales radicales, a los Vera y Gamba adventistas hijos de una guerra de mil días, y a los otros rebeldes y sometidos en la guerra, y a los conservadores perdidos entre los vicios y la ambición del oro.

Algunos liberales radicales eludían sus sermones, ¿Cuál plan divino? Nosotros mismos somos dueños de nuestro propio destino, sin dioses y sin curas delegados. Cada quien debe luchar por si mismo y si quiere encontrará su divinidad sin curas intermediarios.

Los mitos del Oro

En tiempo de la conquista llegaron unos López, alguno con el fundador Jorge Robledo fundó a Arma, detrás llegaron muchos más apellidos que se multiplicaron. Aún con pueblos mineros y familias enriquecidas, en el siglo XVIII Antioquia estuvo tan pobre como el África. Habían más López en Arma y caseríos hacia el sur, en Honda y todos lados. Migraban hacia el sur.

En el siglo XIX el líder Fermín López impulsaba la colonización antioqueña. Es fundador en Salamina, Chinchiná y Santa Rosa de Cabal. Tras esos López y apellidos fundadores de Salamina llegaron algunos a Marsella tras el oro; uno de ellos, Pachito, malabarista de circo, enamoró a una Sánchez en Santa Rosa de Cabal y se fueron a Marsella donde hicieron una casa, reconocible porque años después allí, aconteció «El crimen de los gallinazos» de cuyo juicio escribió Benjamín Montoya Trujillo. Otro López Nicasio, fue alcalde y dejo su huella con su caserón y el oro emparedado en otra casa.

Por Sonsón aparecieron los Jaramillo y de allá se vinieron descendientes, los unos del Tata Jaramillo y los otros del cura, otros inmigrantes aparecieron de Aguadas y Sonsón, ascendientes del apellido Álvarez con antecesores de Extremadura (España), antes de 1811. Los Gómez y Giraldo de los pueblos de la guaquería, buscaban vetas de oro, o tierras fértiles y libres. Eran tantos los Montoya en esas rutas, que, si alguien levantaba una piedra, allí brotaba un Montoya con machete en una mano y la barbera en otra.

Sonsón Antioquia. Fundado en 1789 – Fotografía de la Alcaldía de Sonsón.

De Abejorral migraron a Sonsón, Aguadas y Pácora, familias que venían de Galicia o Asturias. Otros López y los Ángel de Yolombó. Los Salazar de Támesis y los que no alcanzaron tierra por allá, unos y otros llegados de España, los empadronaban en Rionegro, vivían unos días en Marinilla y pronto seguían camino, unos estuvieron por Sonsón donde eran dueños los Villegas, a los años siguieron a Salamina, Jericó, y más lugares de esa migración colonizadora, pisaban las huellas de Fermín López.

Los rayos les anunciaron un espacio telúrico y mágico, siguieron por montañas hacia el sur tras los pasos de los Pineda, Bedoya, Betancur, Castaño; correa, González, Jiménez, Morales, Muñoz, Otálvaro, Toro y Montoya, más otros rebuscadores de la tierra prometida con su imaginario migrante de judeocristianos desde el tiempo de la Biblia.

Buscaron tierras nuevas, lo señalan las escrituras y la cruz salvadora de los colonos que habían fundado un pueblo en parajes con oros perdidos por el camino de los malditos infiernos. Años más y llegaron los Issa, Abdul, Yaker y más apellidos que se radicaron en Pereira, habían viajado desde Oriente, el Líbano donde cristianos Maronitas padecían las guerras de Turquía donde se disolvía el Imperio Otomano.

Se oye que bajo la iglesia y la plaza está la veta más grande; y dicen que, los ingleses propusieron trasladar Marsella a Tacaloa, una finca junto a la quebraba La Nona, cerca al rio Cauca, los pobladores se negaron y los ingleses se fueron.

Marsella fundada en 1860. Fotogradía de Adriana Grisales. Directora de la biblioteca Pablo Neruda.

Míster Smith en Marsella

Parece tratarse del ingeniero David R. Smith, en un texto aparece como gringo y en otro es un inglés. Tramitaba derechos de exploración en zonas baldías y se asociaba en campañas de colonización. Él contactó a míster Cárter, quien trazó las acequias que llevaron el agua a la mina y exploró la riqueza aurífera en Villarrica de Segovia. Llegó por referencias de Fortunato Pereira Gamba, profesor e Ingeniero de Minas, su compañía tenía una publicación y muchos datos, no consignó todo en su libro Riqueza mineral de la República de Colombia.

La Sociedad Importadora y Comercial de Pereira Gamba, divulgó el estado de la invención internacional y brindó asesoría legal y técnica. El boletín de su empresa informó de yacimientos empresariales: La Salada, Remedios y El Zancudo, en Antioquia o los distritos mineros de Marmato y Manizales; estuvo en el sur para observar el oro en Barbacoas y orientó a míster Smith en Popayán con señas geológicas e informaciones sobre procedencias del oro que se negociaba en Manizales. Incluso otros ingleses visitaron e indagaron por el oro de barequeo en el río San Francisco. Había mapas de Fortunato sobre vetas auríferas a lo largo de la Cordillera Central y el Estado del Cauca.

La mina Vetas Santander – Vehículos de rieles como este, más pequeños, había en la escuela de mi niñez.

Míster Smith, cuyo nombre no recuerdan las historias, ni quienes las contaron, dicen que obtuvo licencia del Estado Soberano del Cauca para explorar, paso previo a la explotación, al sur del río San Francisco. No se conocen, ni busqué los documentos sobre la explotación, se dice por tradición que me contaba Remigio Pereira en Palmira, que hizo exploraciones en el distrito “Villarrica de Segovia” – provincia de Robledo. Lo hizo tras rumores y excavaciones que al medir su rendimiento no aseguraban rentabilidad; la veta mejor veta es la que atrae los rayos bajo la iglesia, agregan las lenguas más piadosas mientras se santiguaban y miraban hacia el piso y hacia el cielo. A estos mi abuelo Ramón Gamba les replicaba, y aseguraba Toñito en la fonda del Trébol, que los indios en Marsella no eran ricos, se enterraban antes de morir de huida de las deudas.

Míster Smith pasó como un ser de magia y mito. Un ideal que reluce y se disipa en las conversaciones de ancianos fallecidos y consultados. Don Alfonso Ramírez y otros mencionan a míster Cárter.

Desde la antigüedad existen los mitos del oro. Escuché a Martín Sánchez en Marsella, fui cuidadoso al hablarle y escucharle, porque era muy sordo y desde esas limitaciones, su mente comenzó a divagar y él en sus días de lucidez sacaba a relucir sus mitos.

Aseguraba que desde el bosque donde nace la quebrada de El Socavón, ahí donde sacaban el oro, salía una gata de oro que recorría la calle empedrada que llevaba a la salida a la zona rural de Valencia. Y esa, lo aseguraba muy firme, era la gata que se había comido a los pollitos de oro que seguían a la gallina del Alto del Chuzo. Marticito Sánchez habló esas cosas porque nació en un paraje de Miracampo, descendiente de Juan Antonio Sánchez, quien llegó desde Valencia España cuando huyó por haber participado en una huelga de hilanderos y cultivadores de cereza, organizada por un sindicato anarquista. Cuando lo empadronó el cura de Rionegro y quiso hacerle creer cosas del catolicismo, se le reveló y lo hicieron ir de allá, acompañó a Mosquera en las guerras y le adjudicaron tierras en Miracampo.

Minero, versión orquestal (10 años) Compuesta por: El Rubius.

Celebro el cumpleaños de la Casa de la Cultura de Marsella, aquella donde crecí al lado de las monjas; con canciones de los Beatles, los peludos de la nueva cultura de los sesenta, sacudieron los cuarenta mil polvos de las monjas, que aún brillaban en el piso, los trapearon y revolvieron para construir sobre ellos sus poemas, sus discursos y sus notas musicales.


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Una respuesta a “El pueblo de los cazadores de rayos”

  1. […] POR GUILLEGALO   PUBLICADO ENOCTUBRE 1, 2019 […]

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