He visto a las venezolanas en las ciudades con su esperanza y su búsqueda entre el viento de la calle. Por qué callar ante ellas con sus manos que buscan golpear de un minuto a otro el cambio de su destino.
Este poema es mi tributo a ellas.
A una calle de mi ciudad llegó la Venezolana,
sus días iluminados por la luna en el orden de sus días,
su piel lozana en bronce y sol, sus zapatos triturados.
Buscamos frutos y amistades en la ola de sus días.
Invítame a un café de dedos temblorosos,
que pasó por sus labios para invitarme a un beso
con su tono carmín y sonrisa gamina de su límpida noche.
Bajo la experiencia de un microgramo de una flor
su tiempo al fondo en su mirada era de siempre viva
un sueño eterno de un instante y no sé por qué demonio
los genios se inventaron la cuenta de los días.
MAR DE MEDUSAS de Ana Maria Nava Glass
Le escuché desde el bordo de sus rutas
en la corriente del tiempo que lleva su edad.
Veinte ciudades con trescientos veinte días
un año con estrellas apagadas en su mirada.
Había escrito versos desde sus siete años
de los hijos de Adán que somos un solo cuerpo
y reía al lado del agua con sus cantos volátiles
y se sentía humana al aprecio de la pena de los demás.
Llegó a buscar palabras nuevas para animar sus rutas.
Viento leve e inmóvil en el movimiento que nos lleva
entre el tiempo que aflige ella con su dolor vendía baratijas.
Una parte de su cuerpo cantaba en festivales,
con su voz que arrulla adelante ni hacia atrás,
en ese efecto magno de desperté en un vacío
sin presente y sin futuro existiría en mí.
Los otro no sufrían como ella. La arrojaron los músicos.
Rockera indisciplinada, su poesía no era su esencia
aunque le retuvieran las palmas con sus ideas renovadas
y moléculas vibraran con su química esencial.
Pero se reveló. No soy de atarme a nada
con su potencia en fuego ella sale de abajo
con la energía vital de un tiempo granulado
y arriba de la tierra escupen las metralletas.
Seguía vagando su impudicia al viento de primavera
para amasar sus días de desacato a los hombres de siempre.
El ahora y siempre nada significaban en su tiempo disgregado
porque el agite de su mundo son sucesiones sin futuro ni pasado.
Encontró que la esperanza en la eternidad es una mala alianza
no comprendía sus tiempos en la medida de los de religiones,
solo giran y ondean sus días en la ola sonora de una flauta
con vibraciones moleculares y rockeras oscilantes en el fondo.
En ella encontré mi antídoto por su frenesí en los demás,
en sus ojos cerrados de tarde lluviosa bullía gran movimiento.
Su sincronía en un ciclo que me hacía consciente
de cambios que no se nombran en un milisegundo,
y en la fracción de un infinito instante se me esfumó.
La vi tenue y tierna entre gota y gota de sus lágrimas
donde percibí tantas moléculas que no caben en la tierra,
solo un nada o un poco ebria, su humedad calaba exuberante,
no lavaba ruindad ni caminaba triste su agitación calórica.
En el tiempo absoluto, real y matemático de Newton,
emplumado y sin promesas bajo el gallinero, sentí su vida arriba.
En una mirada mía de pecador en viernes hacia el mundo de abajo,
calentaba mi caldero con soles bajo este cielo suyo de fulgores lleno
sin sentido de colores porque la noción de ella no me pertenecía.
Mi esperanza no es apego a ella ni a su tiempo diluido en un lapso inexistente.
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