No sé si los padres recordarán su primer beso o primera caricia de intimidad, les preguntaron, se miraron. Su secreto sonreía.
Mis paredes guardan memoria cuando aconteció el daño al cerco del vecino. Las hortensias que cultivaba la señora Betsabé y dañó Juan de la Gambada, las pisoteó con patas de yegua. Los López, Sánchez y Ortiz, acudieron a sus ventanas por el estruendo; ahí estaba él, apenado en su yegua Muñeca y Laura burlándose de sus actitudes de macho y varón para lograr su reconocimiento.
Y dice la casa: En 1945, Laura López, me compró en esta calle 16 N.º 9-04 de Marsella, fui su primera vivienda matrimonial, pagó con ahorros de su trabajo de costurera. Amparo, la primera hija, incendió aquí el armario forrado con tela de flores moradas, se escondió con una vela encendida, miedosa por los primeros balazos de la violencia.
La otra casa: El carpintero constructor me integró con mi vecina, la casa esquinera en esta calle 16 N.º 9-02. Nos comunica el corredor.
No olvido aquella noche del 6 de agosto de 1947 cuando la familia se trasladaba hacia mi vecina esquinera; para el trasteo, desbarataron el cancel de madera que separaba nuestro corredor, alguien desplazaba unos taburetes; estando aún aquí, Laura rompió fuente sin dolores, era el 7 de agosto y nació Guillermo con luz de velas, después la trasladan acostada y seguía con contracciones, no había alumbrado la placenta porque detrás venía Germán, el bebé gemelo.
Guillermo, muy feíto, nació aquí, Germán en otra habitación de la casa de la esquina, nacimientos en dos casas y con sustos de la doña Enriqueta, la partera; los hizo respirar a las cinco de la mañana, se le ponían morados y asfixiados. Ese mismo día inauguraron el aeropuerto Matecaña de Pereira.
Aleyda lo contaría: “Cuando nacieron Germán y Guillermo, nos cambiábamos a la casa de la esquina. Recuerdo estas casas separadas por una pared de madera que despegó Pachito para hacer el trasteo; situación que me marcó ese recuerdo significativo. Yo corría alegre de una casa a otra y escuchaba lloridos nuevos”.
Oiga mija; déjame contar a mí, tu casa vecina, lo que me toca: en esta misma esquina vi nacer a Maité en noviembre de 1948 y Martha Lucía en 1950.
Claro, ¿recuerdas que el Juan de la Gambada tenía un negocio en tu primer piso de la esquina?
—Sí, me llenaban esos olores del café que compraba y el aliento de los aguardienteros en la cantina esquinera del frente, la atendía el cuñado de Juan, el José Salazar, quien se casó con la Etelvina de la Gambada.
—No tienes memorias que yo tengo, el recuerdo de las primeras navidades con pesebre, bombas infladas y moños. El estruendo de la noche cuando casi me desbaratan con un explosivo que pusieron en la puerta del negocio, esos niños volaron al zarzo entre granos de café que amortiguaron sus golpes.
—Si, pero ordeñaban dos vacas en mi patio, se unía con el tuyo y la casa de Pachito, a tu lado guardaban caballos que traían desde El Congal, Granizales, Miracampo y Valencia.
—Pero llegó lo maluco. Solo los sentí vivir rico hasta cuando comenzaron las amenazas y los atentados de los violentos.

Aleyda recuerda: cuando nuestros padres se casaron organizaron su hogar en una casa que nuestra madre había comprado, allí nacimos Amparo y yo. Al lado también nacieron María Teresa y Martha Lucia. A nuestro padre lo hirieron en febrero, Maité tenía 3 o 4 meses. Yo recuerdo haberlo visto derramando sangre. Estaba en su negocio y el vecino Alonso hijo de la señora Rosario lo macheteó en la cabeza y el cuerpo por negarse a pagarle una extorsión. Decían que en su muerte estaba interesado un señor Antonio, tenía un negocio cerca, conservador y nuestro padre Liberal.
En aquella época en Colombia mataban por diferencia de color, por conseguir como botín las posesiones del otro, por poder de dominio territorial, sin conocimiento claro del juego político. Recuerdo gritos en la calle: “arriba el partido conservador, abajo el partido liberal”, y viceversa. Se agredían sin causa justa, similar a lo que sucede entre barras bravas del fútbol. La gente no se podía poner vestidos rojos ni azules, era un peligro porque lo asesinaba a uno algún violento del otro bando y sin aparente razón. Quitar del lado un rojo liberal o un azul conservador era marcar territorio.
El señor Antonio se enteró que a nuestro padre le iba muy bien y envidiaba su posición en ese local, quería ser el único comerciante en el sector.
En la alcoba hacia la esquina, nuestra madre hizo un altar frente al cual orábamos. Algunas veces las paredes de la casa eran cuchilladas durante la noche mientas un grupo de personas, que llamaban la chusma, recorría las calles del pueblo gritando y amenazando para que saliéramos de ese territorio de la esquina de la salida hacia Valencia: ¡Váyanse de aquí que es esquina conservadora!. Y nuestro local de esa esquina lo requería el otro para colocar su tienda. Una o varias noches nos pasaron por el patio interior a dormir donde nuestra abuela Betsabé, nuestra casa por un patio al interior se comunicaba con el patio de los abuelos.
7 respuestas a “Casas en mi historia”
La verdadera patria del hombre es la infancia. R. M. Rilke
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Luisoj. Clarísimo. Uno hace su balance y tiempos duros, gente buena, goces y pesares, oraciones jartas y meditaciones, el terruño de la patri chica está ahí, es la identidad. Saludo desde mi tierra cafetera.
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Bueno, siempre te digo lo mismo, pero es verdad. Tu estilo me recuerda el estilo de los grandes escritores de ese maravilloso Continente. Un placer leerte.
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Fabuloso!!!
Un abrazo🌹
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Tarde son mis respuestas a veces, la pandemia me aísla y me rescatan los abrazos.
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Dicen que más vale tarde que nunca querido amigo.
Mucho ánimo en estos duros momentos.
Un abrazo🌹
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Son recuerdos de tiempos viejos. Hemos afrontado la existencia con realismos desde siempre y acá estamos de pié con los abrazos. Agradecido
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