Cerca de mi escuela vivía el marica del pueblo. Siempre recordaré al Ángelo, amable y bailarín, se anticipaba al destino con su ojeada en las barajas del naipe español y la ceniza de un tabaco marca reina, perpetuamente reina.
Siempre estarás atento a los portadores del “mal de ojo”, advertía: El «mal de ojo» se crea en la entraña de ciertas personas, tan celosas de ti, que te arrastra su energía hacia una franja extraña de potencias negativas, se energiza su rededor y te genera un daño recurrente. Quien padece y transmite el mal de ojo, tiene una ceguera sufriente que la ignora, es tan ácida su alma que vive y mira al resto de la gente en un lado opuesto tras su ceguera, es incapaz de percibir o descubrir lo bueno.
No sé si de tanta atención con su ojo alerta, Olángelo se quedó bizco, apariencia que le lucía mucho, me lo recordó Melva Gómez en su casa, era tarde de chisme con chocolate y buñuelo en Cantadelicia. Creímos en su dura resistencia al “mal de ojo” y Ángelo le dio la mejor energía cuando le dijo, eres reina de la mejor superstición porque crees en tu Dios; el tuyo, porque cada persona tiene conciencia desde su propia divinidad. Ella se sintió importante, Ángelo le había declarado el ser más simpático de Marsella.
Supersticioso

La superstición, creencia irracional a la que atribuyen carácter mágico y causas sobrenaturales a cuando evento demande una decisión. El agorero se conduce tras supuestos esotéricos y consecuencias hacia un mundo ficticio, sin algún proceso lógico que vincule los dos eventos, los supuestos le contradicen y es confuso ante el pensamiento científico. El supersticioso se orienta con creencias y prácticas afines con la suerte, la profecía y entes espirituales; esa particular creencia de que los eventos futuros se pueden presagiar mediante acciones o inacciones sin relación.
En Pereira hubo un funcionario muy presuntuoso en su mundo público y político, aseguraban de él en el callejón del túnel donde corren todos los chismes, hablaron los más supersticiosos que él, dizque también era Mazón y no entiendo esa relación, pero lo repetían. El fulano ocupó un alto cargos directivo sobre el manejo del medio ambiente, contraloría, personería y cien asuntos más. Dizque mantenía su pitonizo de cabecera que se lo presagiaba todo, dizque el Rasputín de Rusia tenía pecueca ante este mágico de acá. La ciudad y el departamento se paralizaban o agitaban desde la pluma en los documentos públicos que firmaba este señor. Cuando alguien me contó esto, mi superstición escuchaba la risa de aquel sujeto y la piel se me erizó.
Frasquito y acupuntura
En Apía decía José Muñoz, químico profesor que apodaban frasquito: me he educado en el método científico y soy escéptico de creencias del orden superior, «solo creo en el dios de Spinoza» Sin embargo, uno no ignora o escapa a la espiritualidad de su crianza. El día menos pensado acontecen hechos extraños que uno resuelve. Procedió así cuando su mamá falleció y con los consejos de ella, trató de encontrar sus respuestas metafísicas con estudio y razonamiento. Siguió lógica y estudió medicina para comprender mejor al ser humano.

Relataban del médico Humberto Mejía, a quien saludaron los espíritus del Libro Rojo de Mao en medio de una traba de marihuana, entre esas ideas alborotó a los godos de Apía y escribió las consignas del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR en doce paredes de casas de los sujetos más azules de allí. “Quien será ese hijueputa que nos encochinó el pueblito”, lo bien decían y maldecían los madrugadores al billar del Café de César Londoño, el jefe conservador, mientras Gloria Mejía se sonreía con esa boca indescifrable que sus amigos le queríamos besar, aunque nos dejara con las babas bajo el ombligo.
Ese un médico embrujado pero cura, su acupuntura recura, son medicinas raras que trajo de la India; dizque, con sus agujas de acupuntura y se viste como un indio tira flechas, recorre el monte y lo atraen los espíritus de las ramas con las que prepara pócimas. El decía que el mal de ojo existe para quien se lo cree y hasta le hace mucho daño porque deja de obrar correctamente por pensar en tanta pendejada. Inteligente, simpático y generoso con sus pacientes, ese fue Humberto Mejía.
En las calles de Pereira, vimos muchas veces su espíritu cuando navegaba entre océanos del alcohol y la bohemia, transformado en un cucarrón que se golpeaba contra las paredes, tan brincón, trabado y cuerdo, que trepaba las paredes y hablaba con las arañas. Una noche de octubre intentó lanzarse con el paracaídas que le tejió un arácnido superior, se veía protegido por muchas alas de mariposas monarca cuando lo arropó su mujer y lo trajo a la realidad entre la mirada de sus ojos tiernos.
Una noche de luna llena, feliz porque un paciente chocoano le había agradecido con abrazos la salvación de su mujer, desahuciada por los médicos de Medellín; celebró un ritual y tomó Fenny, un licor artesanal de coco y jugo jugo fermentado de castañas de cajú, que había traído de Goa – India; alzó sus manos y saludó a la pelona, percibía el canto de la Catrina que flotaba entre sonidos de un viento norteño de México, saludó al aire pereirano que le traía notas de música maleva hasta la terraza de un edificio de la carrera sexta desde donde agradeció la vida de cara a la luna. Lo salvó su misma macancoa cuando le agachó su cabeza melancólica, lo durmió y engarzó su sueño en el alambrado protector de la terraza para que no estallaran los niños juguetones contra el pavimento seis pisos más abajo. Los madrugadores lo descubrieron como un espantapájaros.
De escobas y brujas

El distinguido Eduardo López Jaramillo, el adorable endemoniado, decían en el aquelarre, un trasnocho bien pegado a la hebra en un hotel de Apia, tras la fantasía del espectáculo de un grupo de danza de la sociedad de Amigos del Arte de Pereira en el Club Tucarma. Bla, bla bla y Eduardo, mientras una mujer a quien un amigo de él le administraba su cuerpo y sus pasiones, le vigilaba por si se desmedía con las cuatro bailarinas pereiranas, liberadas y pispas ellas, cuerpos divinos y feítas de cara, más seis maricones hermosos, flacos y bebedores.
Estábamos tan embrujados que alguien propuso un juego erótico, que sea a las tuerquitas y los tornillos exclamó el otro. Me salí de aquella metamorfosis con inversión del orden corporal: abajo-arriba, arriba-abajo, como una grylla de origen remoto, los rones me hacían ver criaturas monstruosas con combinaciones de cabezas, la parte trasera del tronco en la delantera y la parte delantera de la cabeza en el estómago. En ese momento interpreté mi papel, no capté si era un ceremonial benéfico o malévolo y me dio por ir a traer destornilladores y llaves de apretar, sin caer en cuenta que aquel juego era otra cosa.
Aseguró uno: A la entrada a la casa de López Jaramillo en Pereira, él ocultaba una obra de arte adquirida en una tienda de segunda mano junto al Parcum Museum en Lovaina, representa una escoba de bruja al revés. No es una obra de arte, decía otro, es una escoba de bruja del siglo XVI. Él la descubrió en el desván de la casa del alcalde Leonard Vander Kelen, centro histórico de aquella ciudad; curioseaba cosas antiguas, en este caso un manuscrito de Martín Le France que encontró bajo una estatua de Juan Bautista niño.

Mientras crecíamos, pregonaban las lenguas más supersticiosas que maldijo monseñor Estrada en Marsella: «la escoba tras la puerta es milagrosa», aunque él también cuidaba su lenguaje y la escoba suya tras la puerta; dizque para barrer basura y malas conversaciones. ¿Querrían ellos que se fueran invitados indeseados, o aquellos que se habían quedado más tiempo al esperado, porque en ambos personajes decían que mantenían una escoba al revés en la puerta. Con esa imagen a la entrada de la casa de Eduardo López Jaramillo, no aparentaba extraña una escoba real, menos aún de bruja, colgada al revés tras la puerta. Y monseñor decía, me acompaña todos los días para el aseo del cuarto, muy útil ciertamente.
Una respuesta a “Personajes y rituales evitaron un «Mal Ojo””
«En las calles de Pereira, vimos muchas veces su espíritu cuando navegaba entre océanos del alcohol y la bohemia, transformado en un cucarrón que se golpeaba contra las paredes, tan brincón, trabado y cuerdo, que trepaba las paredes y hablaba con las arañas. Una noche de octubre intentó lanzarse con el paracaídas que le tejió un arácnido superior, se veía protegido por muchas alas de mariposas monarca cuando lo arropó su mujer y lo trajo a la realidad entre la mirada de sus ojos tiernos.»
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