El cambio brilla ante mi forja

El cambio es palabra desgastada y la más y utilizada en el lenguaje político. El cambio es la ley básica de la naturaleza, más veces lento y en otras acelerado; lo sentimos según nuestra percepción e información, según seamos capaces de observar la vida en sus multiplicidad. Lo vivimos cuando gestionamos nuestras transformaciones o nos dejamos influir y nos transforman los seres y las cosas para bien o para mal.

El cambio nos afecta en cuerpo y mente, nos influyen las instituciones y la naturaleza en diferentes maneras, la vida social evoluciona o involuciona.

No son los más inteligentes, ni los más guapos, ni los más platudos, quienes sobreviven al cambio más tormentoso. Tras noches de alcoholes y el mes más agorero, los días de la peste, bajo nubes grises de guerra; el grupo que mejor sobrevive, lo forman las personas más capaces de adaptarse al entorno cambiante en que se hallan.

La sobrevivencia de cada ciudad, como sociedad local, y en relación con la los poderes regionales, nacionales, o como parte de la realidad global, depende de la adaptación de sus pobladores y sus hijos ausentes, en el entorno físico, social, político, epidemiológico, moral y espiritual. Siempre cambiante.

En dos décadas del siglo XXI, hemos pasado etapas de inflexión económica, la agricultura los siente, la conectividad pasó de teléfonos unidos con hilos de cobre a un sistema rápido, de bajo costo, el que está contigo como las otras partes de tu vida. Esta interconectividad ha desatado flujos de energía que, en combinación con el cambio climático, los sentimos con transformaciones en el trabajo, en las vías y viviendas en riesgo, y nos dan señales para reconocer y abordar las tendencias de un mundo trastornado.

Comienza un nuevo gobierno nacional y se avecina un año de campañas hacia la elección de gobiernos locales, su desafío es la reinvención que demandan los cambios del entorno, los que también exigen que renovemos los lenguajes políticos. Las palabras no podrían ser las mismas de siempre para un buen tránsito hacia nuevos gobiernos, la economía y la madre naturaleza cambian y las leyes del cambio tecnológico y las innovaciones están aceleradas.

La vida pública y social sobrevive y evoluciona con un ambiente de confianza, de buenos vecinos, de instituciones y organizaciones cooperantes que prestan servicios para el bienestar y el acomodamiento de las familias y vecindarios a los cambios del entorno.  Sabemos de esto porque he visto en mis ciudades levantarse a unas comunidades prósperas, ladrillo a ladrillo, manzana a manzana, barrio a barrio.   

¿En cuál mundo vivimos hoy? ¿Cómo mejoraremos la empleabilidad y la productividad de los ciudadanos? Se avecinan tiempos cuando los municipios que carecen de organizaciones culturales y productivas, grupos sociales e instituciones, conformadas por personas capaces de entenderse en lenguajes y argumentos que interpreten los desafíos de la vida local ante el entorno regional, nacional y global, estallarán atrapados por fuerzas extrañas, como las de aquellos tiempos cuando el narcotráfico nos obnubilaba y el poder de los grupos armados condicionaba nuestra vida.

Las mejores condiciones adaptativas ante las condiciones más complejas, las generan grupos ciudadanos que constantemente intentan promover sus activos locales.

Quizá debamos desatarnos del yugo de aquellos alcaldes y concejales que intentan reunir a los interlocutores más complejos en una coalición de intereses mezquinos, siempre intentando alargar el yugo y arriar sus caballos hacia una dirección equivocada y no en la ruta de la reinvención total que la comunidad necesita.  

En Colombia la vida política se descarga y mueve sus liderazgos, los partidos políticos se fracturan con sus formatos actuales, no podrán responder de manera adecuada y coherente con los cambios simultáneos e interrelacionados por las recesiones económicas, la tecnología con su revolución informática, la globalización y el medio ambiente. Los pobladores de cada municipio, somos una sociedad local con familiares y amigos en todo el mundo, podríamos actuar como una tribu global en los frentes culturales, económicos y en múltiples intercambios. Los cafés de origen lo intentan y abren su vanguardia, lo hacen nuestros cantantes y mujeres futbolistas.

Como hijos de la madre naturaleza que nos enorgullece desde El Tatamá hasta el parque de los nevados, en laderas y valles de nuestros ríos, la riqueza del suelo con su variedad de climas, esa madre nos reclama que debemos parecernos a ella como un conjunto de sistemas interdependientes, capaces de sostenernos creativamente en un ecosistema resiliente que aprende de la vida cuando circula con todas las especies, pájaros migrantes, mariposas, semillas que llevan los vientos.

Debemos aplicar sus enseñanzas en el lenguaje político, lenguaje que surge y se enriquece desde el conocimientos de nosotros mismos en nuestro entorno y  en comunicación con el mundo. No es eso tan complicado porque lo practican los cafeteros más autónomos y organizados y las corporaciones del arte y la cultura, los gestores de la observación de aves y el rock al viento.

La madre naturaleza, a su manera, valora el poder de la propiedad y las virtudes de pertenecer a un lugar. La vida natural funciona con independencia y sin permiso de propietarios, ni gerentes interesados, ni políticos torcidos y nuestros sistemas humanos deberán estar en función de una vida equilibrada con esa vida natural y menos con el dinero que nadie se podrá llevar a la tumba.

El dinero puede actuar como ahorro, inversión y riqueza para el futuro con personas, familias, empresas y sociedades capaces de usarlo como instrumento para su bienestar y crecimiento, no para el gasto en el vicio, la ostentación y lo inútil.

La estabilidad de la vida local, como parte del mundo natural donde habitamos, deberá estar transformada por nuestros actos de dinamismo. Para estar vivos debemos estar abiertos al cambio constante. Este dinamismo nos demanda renovar las costumbres políticas que en muchos lugares de Colombia están atrapadas bajo el poder de sujetos que no gobiernan, solamente son administradores de presupuestos, puestos públicos y contratos que mueven el erario público hacia sus intereses privados.

La madre naturaleza, según Thomas Friedman en su libro “Gracias por llegar tarde”, nos indica una política intencionada, consciente y consensuada, en lo más posible para: 1) Adaptarnos a influencias foráneas y de poder sin ser sujetos de dependencia.  2) capacidad de asumir hacia futuro los problemas propios. 3) capacidad de incorporar la diversidad en el pensamiento y en las distintas maneras de vida, 4) capacidad de lograr mejores negociaciones con los sistemas regionales y nacionales para una sociedad con identidad y distinguible. 5)  capacidad de abordar la política y la resolución de problemas en la era de las aceleraciones con mentalidad emprendedora, híbrida, heterodoxa y no dogmática.

Es estamos en los tiempos cuando debemos hablar y acordar los cambios con ideales que generen resiliencia y propulsión, sin importar de que lado procedan. Serán el resultado de una rica interacción entre cultura, política y liderazgo.

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