Seguí una ruta orillada al rio Cañaveral donde habito; oscurecía, el viento bajaba desde los Farallones de Cali y otras corrientes de aire se movían hacia el norte con polvos de semillas hacia los Farallones del Citará en la Cordillera Occidental Andina de Colombia.
Se trastornó mi mente y me sentía en el tiempo antiguo de algún camino de españoles donde cruzó uno de ellos, Jorge Robledo, natal de Ubeda en 1500, que en su última ruta hacia la fundación de Anserma y luego al poblado de Arma donde lo molieron y mataron a garrote en una loma de la vereda Alto del Pozo en 1546.
Tras esa huella vi las casas con el humo de la leña donde se contaba el mito de María Parda con su sed del oro fulminante y sus minas misteriosas.
Eludí continuar por aquella ruta mental tras las estrellas y el brillo de su ambición. Seguí la Orilla de palabras de un poeta. Allí termina el mundo y lo que empieza carece de tendencias y definiciones…. Pensaba en el poeta.

Me sacudí esa imagen tras el poema “Noche sin sueño” escrito por un maestro joven de santa Rosa de Cabal, en su libro “Orilla”: premio nacional de poesía “Tertulia Literaria de Gloria Luz Gutiérrez.
Las sombras crecen y se alargan;
tiemblan como un silencio de voces
que sobreviven a la luz.
Bastaría abrir un hueco en el mundo
Y mirar a través de él,
para que dejaran de multiplicarse,
para descifrar su camino
y el silencio que se teje como un clamor tras el cansancio…
Pero no hay un sonido que se sobreponga
a esta necesidad de comunicarnos por medio de todo.
Tras mucha guerra de sentidos,
La noche es otro laberinto que me habla al oído.
Busqué otra ruta mental tras el poema de la “Tarde” hacia esa “noche sin sueño” y busqué un hueco en el mundo por donde se filtre la necesidad infinita de comunicarme. Una luz de luna iluminó ese paraje y penetré a una calle tras “El Amanuense” de otro poema:
Cansado de la tinta
y los papeles
que desaparecen tras los años
unió el índice, el pulgar y el corazón
de su mano derecha
y ensayó sus primeras palabras
en el aire …
Tras ellas las mías desde el papel volaban tras su mismo aire, buscaban comunicarse con las voces de los desconocidos que circulan en las calles, esas siluetas de color de su poema donde no duerme nadie en una ciudad sin sueño, porque andan en la búsqueda de sus destrezas nuevas y las desconocidas con las que nos trajeron los forasteros los cambios sociales que nos movieron a sentirnos ciudadanos del mundo.
En su poema “Casa de pájaros” de Alejandro, me concentre en los rumores de la vida universal sin poder descifrar hacia que lado se incline, norte y sur o hacia el oriente, o dependerá de los valores que todos aportemos en esos flujos de comunicaciones intermediados por herramientas que tejen los bits, mueven su energía en la gran nube, unen las luces de cada inmigración, aceleran la globalización incontrolada que a muchos amenaza y a todos nos acoge.
Nunca nos importó cuantos la habitaron
nos bastaba verlos entrar y salir
como de otro mundo
como si en ese lugar imposible para nosotros
se refugiara algo más que alas.
Nunca nos importó el ruido de los aleteos
ni la naturaleza extendida
entre las plumas y la mierda
que cercaba el lugar,
nos bastaba
cómo entre el cielo y esa casa
se escondían,
a la vista de todos,
los secretos del aire.
Sentía el rumor de multitudes, cuerpo y alma, se animaban uno a uno, pero no al otro, y surgían problemas.
Ausculté a la gente que percibía sus identidades y sentimiento de pertenencia amenazados.
Los veía dejar de lado los intereses económicos y elegir sin dudarlo su vieja estructura. Muros antes que redes que los unieran a los flujos del mundo.
No todos asumían esa decisión, pero muchos otros sí.
Tras sus cortinas de humos entre los olores de sus fogones de leña, crecía más y más la tecnología que crea más globalización y conectividad, y más globalización que genera un mayor cambio climático y más soluciones para el cambio climático.

Regresé a la Lumbre desde este poema del maestro joven de santa Rosa de Cabal, Alejandro Velázquez León, en su libro “Orilla”
Enciendo el fuego tras la noche
para que la luz
elija el lugar sobre el que quiere brillar.
Aún existen seres que el tiempo no ha movido
rostros,
siluetas inmensas
que recuerdan el gesto de mis ojos
Enciendo el fuego
y entre las cicatrices
reconozco
el árbol que sostiene las horas,
la casa que se levanta a la deriva,
el cuerpo consumido
por animales luminosos, llenos de un clamor antiguo.
Enciendo el fuego
Y tras las horas ciegas encuentro el abismo.
Este es el lugar,
la puerta
donde me siento todas las noches con un cigarrillo amargo
para que el tabaco arda como una herida
y evoque la primera mañana del mundo.

3 respuestas a “Desde la orilla de un insomne”
Estupendo relato salpicado por preciosos poemas. El último especialmente se me ha quedado dentro. Hermoso.
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Tomo nota del poeta. Genial.
Veo obra inédita. Imposible de conseguir no?
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Gracias Guillermo por descubrirnos a este excelente poeta y por tu bella forma de presentarlo.
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