Leoncio vivía su preocupación con holgazanería bajo un árbol y el cielo; días antes, limpió las máquinas de la hilandería, terminada su labor, le maltrató el mandón, un jefe haragán que pasaba el día en su silla plegadiza.

Le gritó que era un bueno para nada, solo porque era un librepensador que se negaba a una campaña de recolección de firmas. Leoncio sintió la sensación de un trapecista tras un salto mortal, con ese impulso mental tomó la decisión de su vida: no sigo aquí. Nunca y jamás trabajaré en una fábrica ni seguiré creencias o las ordenes de nadie.
Vivía en Alcoy, ciudad manufacturera de la comunidad Valenciana, adonde había llegado pocas semanas después de venir al mundo en 1860, en busca de trabajo. Con sus padres abandonó la tierra estéril del pequeño pueblo de Muro de Roda.

Tenía trece años y se fue al campo. Aprovechá muchacho, el tiempo de las cerezas es muy corto, vivirás, en definitiva, innumerables experiencias y vicisitudes, este mundo nuestro no es indemne, le dijeron sus padres antes de quedar huérfano. Trabajó independiente algunos años, varios servicios. Se involucró en el activismo político y social, tuvo una compañera que falleció y le dejó hijos.
Sus ilusiones maltrechas, ni luces divinas, se había involucrado en una turbulencia de conflictos políticos y sociales en la revolución cantonal que antecedió a la proclamación de la Primera república española de febrero en 1873. Harto de contradicciones entre los defensores de la república y los aliados de la monarquía constitucional parlamentaria, en los peores días de una crisis económica, anunció su decisión de cambiar de domicilio, pidió el permiso en Valencia España y buscó rumbo hacia Colombia.
Desde las cerezas al café
Denunció su llegada con primer domicilio en Rionegro Antioquia. Allí el párroco lo identificó entre una lista de anarquistas recién llegados y quiso imponerle condiciones, tenía la información que Leoncio, antes de su partida, se había negado en una cruzada para la recolección de medio millón de firmas contra la libertad religiosa. Sin embargo, pronto allí, contrajo nupcias con Rosaura Montoya en Marinilla.
También en Antioquia el ambiente le era hostil, acontecía la guerra de 1895 y él se hizo afecto a las ideas liberales que escuchó y estudió de Rafael Uribe Uribe, lo conoció por su trabajo en Gualanday, un lote donde aquel líder transformaba la selva en ricos lotes cultivados en café.
Leoncio con sus hijos: Benito, Melitón, Andrés, Juan Antonio y Santiago, mantuvieron un pensamiento diferente al medio cultural donde se radicaron, conocían la tradición libertaria y anarquista que se pregonaba en España, sabían del valor comercial del café y el cacao que hizo ricos procesadores y comerciantes en el reino de Saboya, donde lo importaban de Colombia y Venezuela y anhelaban una tierra para sus propios cultivos.

No se adaptó en Rionegro, enfrentó al sacerdote que le quiso imponer reglas católicas y migró durante meses a Sonsón, luego por Aguadas y más tiempo hasta Santa Rosa de cabal. Por estas contradicciones y sus anhelos, migraron por la ruta de otros hijos españoles, colonos antioqueños, quienes los orientaron a ubicarse. Juan Antonio en Villamaría.
Hacia la cordillera por Aguazul notó la riqueza topográfica y forestal cercana al Alto del Chuzo, sintió esa magia y la fuerza espiritual de la naturaleza. Consiguió un terreno, tumbó árboles, cultivó maíz, caña, fríjol, lo de más pronto rendimiento en terrenos de Potreros, cerca de Santa Rosa de Cabal. Sus descendientes dicen que invirtió y pagó más lotes por valor de 180 pesos.
Juan Antonio, el hijo, acompañó a Rafael Uribe Uribe en esa guerra de Mil días y moderó su pensamiento anarquista en el ambiente laborioso, solidario y culto de Santa Rosa, donde también aprendió a ser mojigato y ambicioso, le venía de raíces valencianas. A sus hijos: Martín, Leoncio, Lorenza y Betsabé, radicados en Marsella, les adjudicó tierras en Marsella y Miracampo, Felipe y los otros siguieron al sur.

Un descendiente marsellés, Luis Ángel Sánchez Ramírez, narró que aquellos hijos de la bulla y el estruendo que movía sus corazones, en 1878 debieron lidiar con la invasión de las langostas, Juan Antonio después, compró unos terrenos por el Alto de Sinaí y luego los de Miracampo en Marsella. Sentían la magia de las visiones y leyendas del Alto del Chuzo
Había contraído matrimonio en Santa Rosa de Cabal con Juana María Buitrago, una indígena Quimbaya que había sido recogida muy niña y criada por Maximiliana Buitrago, quien le dio su apellido. Fueron padres de Martín Sánchez Buitrago, aquel que con Hortensia Ramírez fueron padres de Miguel Ángel, Inés, Alcides, Gustavo, María Emma, Luis Ángel y Víctor. Benito, Melitón y Rosaura con otros descendientes de Leoncio, se radicaron en el Valle del Cauca en tierras de Calarcá, Roldanillo, El Dovio y Sevilla. Tan independientes como él, generaron cultivos cafeteros y trapiches paneleros, con cuidadosa ganadería y conocimientos veterinarios, fueron constructores de progreso con su mixtura cultural desde un libre pensamiento, acentuado por el cruce con sus esposas católicas.
Jaime Fernández Botero. Análisis de las características de los sitios de poder en el mundo y en especial del Alto del Chuzo en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, Colombia.
Dicen que Monseñor Estrada domesticó a los de Marsella. Juan Antonio Sánchez, fue propietario de los terrenos donde se construyó el Jardín Botánico y los lotes de aquella calle a la salida hacia Valencia. Nombre que evoca orígenes de familias marsellesas de procedencia Antioqueña y origen Español.