El poder y efecto de las palabras

Humanos parlantes y simbólicos. Nada expresa mejor lo que somos que las palabras. Cada persona entre la artillería de sus propias palabras, tiene su tono, ritmo y melodía.

Podemos vestimos a la moda y creernos distinguidos con marcas exclusivas; sin embargo, cuando nos relacionamos, sea en los negocios, en acuerdos sociales, la vida familiar y entre amigos, se distinguen quienes mejor suenan con sus palabras; pero esto, es contrario al hablar mucho, o no dejar hablar a los demás, implica hablar bien y saber escuchar.

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Declara Ludwig Wittgenstein: «Los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo». No podemos sustraernos de las limitaciones de nuestro lenguaje, existen espacios de ceguera en nuestro conocimiento, sea por las ideas del mundo que hemos desarrollado, por prejuicios y creencias muy patentes, las impresiones que marcaron nuestra experiencia como el fracaso, la violencia, los logros, la compañía de un mentor, el lenguaje en el dominio de una profesión.

No enceguecen las emociones que nos impiden escuchar y ponen a nuestra mente loca en alertas para refutar o rechazar a quien escuchamos. Sabemos y aprehendemos con la capacidad lingüística. Al escuchar podemos comprender el lenguaje y emociones en el mundo del otro, aunque no podemos entenderlo siempre y toda hora, porque primero está en nosotros la individualidad.

«Si ‘los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo’ quizás sea bueno ir más allá de centrarnos en un diseño web u otro. Abrirse y aprender desde otras materias es clave. Incluso si son dispares» @fernandezcoca

Ser persona es un manejo humano como actor entre la vida. Alguien me dijo: “per” saber ser, “sona” saber sonar. Conocemos personas que hablan poco y despliegan un talento y experiencia muy efectiva. Siempre aprendí de un empresario del pollo asado, gran señor a quien había escuchado muy poco; sin embargo, cuando sus trabajadores me lo hablaron comprendí sus efectos.

Admiro a un hombre de mi región quien sabía sus pasos y avanzaba en un tiempo azaroso, estuve cerca de él en un tiempo político, sonaba como un buen gago a quien sus imitadores resaltaban sus muletillas. Le estudié sus gestos y lo comprendí como el más atento al escuchar, le aprendí que en el día son necesarios e importantes los minutos para relajarse, pensar y meditar en sí mismo y en la vida, tras esa disciplina decidía con los pasos acordes a su intuición, producto de un saber y una experiencia bien lograda, cuando fue presidente de la nación, actuó acertado a las demandas de la vida política y social como un estadista.

Fue menos asertivo en momentos y lugares propios del poder o los cargos públicos, aquellos cuando sus aduladores rodeaban al jefe en una jaula de cristal que le enceguecía el contacto con la realidad, la presión de los medios de comunicación y algunos lobistas le influenciaron algunas de sus decisiones como voceros de intereses privados o fuerzas políticas. A pesar de esas debilidades, cuando escuchó, procuró y orientó las conversaciones más decisorias, los escenarios expertos y representativos como la Asamblea Nacional Constituyente, fue convincente y orientador, los ciudadanos entendieron el valor de sus votos en ese momento, los delegados electos se escucharon, dialogaron y definieron las reglas básicas que regirían la nación.

Fueron otros tiempos, las personas cambian cuando se enceguecen con su ambición y se transforman en lo contrario a lo que fueron en sus tiempos más brillantes.

2 respuestas a “El poder y efecto de las palabras”

  1. Sobre tu último párrafo:
    «Fueron otros tiempos, las personas cambian cuando se enceguecen con su ambición y se transforman en lo contrario a lo que fueron en sus tiempos más brillantes»
    se me ocurre que, a parte de la ambición hay también una cierta estupidez de las élites que es un tipo de corrupción. Algo reflexiona sobre ello este artículo:
    https://www.abc.es/opinion/abci-alvaro-delgado-gal-corrupcion-elites-202201042312_noticia.html
    Un fuerte abrazo
    Ramón

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