El trio Santo de Apía

Ramón Román, cuando nació, tres meses antes, la vecina Rosana ya lo presentía. Lo concebía cercano y cálido. Ella vivía en el caserón más viejo, “Ranchoquemao”; al conocerlo le admiró, le observó con detención, con insistencia en los detalles de su piel tierna y su cara, sintió un desbordamiento de burbujas en su estómago con una conexión tan inmediata que le clavó un “mal del ojo”. Así lo aseguran todos.

Siguieron otros años con ella allí cercana, pasaba y lo miraba con el sol, obsesionada y admirada con ese niño hijo de india y blanco con rizos de oro.

¿Por qué decían eso? Lo pensaba. Eso es amor con traga de ojo, decía la tía.  

Andaba por ahí en todas sus épocas y también en su andadera figuraba el jovencito; por ahí, se la encontró a la vera de un sendero largo con guayacanes florecidos, ella le miraba con intuiciones de lujuria, ojos suyos rayados de vecina solitaria, portadora de presagios y mala leche. Eso decían todos.

Ella solo asustada, se había calmado de un llanto quebradizo cuando se encontró con si misma y mirándose al revés, su interior era una cárcel sin barrotes, su espíritu huidizo, sus días contados en los palotes que marcaba en los guayacanes del camino. Un pariente abusó de ella y le callaron, es secreto de familia.   

El joven Ramón Román, se asentó en aquella piedra marcada donde está una huella de hace 356.000 años, aseguran que es pisada de un Neandertal de más allá de la edad del hielo; cerca también estaban señales de los indios Emberá, cuatro siglos atrás pasaron guiados por Dachizeze, el errante creador del mundo indoamericano, escondieron el tesoro de los Apias por el cual Jorge Robledo, conquistador español, ordenó ahorcar a Tucarma su cacique. La Rosana llegó, puso su mano en esa piedra y lo besó, le miró con el brillo del tesoro y ambos sintieron energías distintas y renovadas.

http://academiadehistoriadelquindio.blogspot.com/2017/08/el-indio-upira-cuento-historico.html

Decían que por la vecina Susana, Ramón Román había padecido una diarrea endemoniada que le revolcó el cuajo y se lo dejó al revés hasta aquel día cuando llegó su tío Gerpul, le hizo tomar un frasco de purgante que se había diluido en agüita de la virgen de Piendamó: Agüita de piernamó te traigo mi sobrino, bébela, esta bendita por la virgen. Se la dio a tomar mientras la banda papayera que acompañó a Gerpul improvisaba música de Apía, el maestro Rubo le reprobó ese hecho porque no se podía usar la música del pueblo para asuntos tan profanos. Quitar el mal de ojo con música.

Ramón Román o se curó tras las miradas de Rosana, o la pócima musical con agua de Piernamó de Gerpul y la virgen lo transformó en el joven más devoto de María. Con su cara de santo anunciaba milagros y las vecinas se embelesaron con el muchacho.  A ella la convirtieron en bruja y decían que lo rondaba horqueteada en una escoba erótica de conquistas y engaños. A él le descifraron todos sus gestos como manifestaciones de una lujuria contenida que le acobardaba de manera tan gallarda que hasta le lucía con su camisa parda.

Fotografía de Apía – Jorge Evelio Aristizábal

La Rosana le pedía perdón por haberle ojeado en un tiempo y una manera que jamás pudo explicarse, le abrazó y estampó un beso desenfrenado, se recostaron al espejo y lo quebraron. En todos los pedazos se fijaron sus huellas varoniles y las oscuridades de ella. Allí estaban reflejos de amores contrariados en el territorio arisco e inexplorado de sus cuerpos, fluían las luces de umbrales donde concurrían sus temperamentos más vitales con emociones y conductas negativas; rabia y celos, la vergüenza y la mentira, el resentimiento y la honestidad.

Dicen que la dejó preñada y lo negó, Yo no lo quiero amada, como escribió Neruda; aunque de aquellas circunstancias, nació un niño, tan hermoso y libre del mal de ojo que a todos los niños que miraba dejaba preservados contra el sarampión, los coronavirus, la rubeola, los males de ojo y la lloradera lacrimosa. Incluso lo creían poseído de dones que generaban curaciones instantáneas, completas y duraderas, como cuando con solo tocarla se le alivio la tembladera del mal de sambito a doña Rosario Isaza, una provinciana del Chocó que había llegado de pagar una promesa al cristo milagroso de Buga y siguió en la búsqueda de los curanderos de Viterbo que llamaban Los Grajales.

A la casa de Ramón Román llegaban toda clase de enfermos, los miraba y se aliviaban, el cura Jaramillo le trajo una custodia antigua de un latón desbaratado y desteñido desde un baño dorado que decían sacado de las miradas de la milagrosa de Chiquinquirá, solo relució cuando la vieron parpadear en medio de una procesión de mayo. Con ese objeto envuelto en un retazo brocado, decían que el niño de Ramón Román con la Susana, tocaba a los desahuciados y le respondían con todas las energías de la vida y otras vidas. Los apodaron los milagrosos del Ranchoquemao.

Rosana se dedicó a servirles, preparaba sus alimentos y les protegía de las sombras de su propio cuerpo con la única luz que poseía, la trasfería desde una infinitud tan pequeña y frágil que atraía los poderes desde tinieblas inagotables, su luz y su poder son negativos. La gente decía en los pueblos vecinos que sus pasos estaban en la calle y tras ella los pasos del padre y el hijo hasta donde los enfermos finaban o se levantaban sanos. 

Les declararon santos cuando, el padre Jaramillo, explicó a una junta de vecinos, el proceso de la iglesia católica para escoger sus santos. Se deberían documentar todos sus milagros, y si no los hubiere suficientes, lo hecho bastaba para declararlos venerables siervos de Dios de esta tierra olvidada. Cuando Belisa Cruz habló de las curaciones instantáneas del hijo de Román con la Rosana a su hijo el tullido, porque caminó y pidió café tras ser mirado por el niño, mientras la candela del fogón ardía con la llama más divina, con solo que la Rosana la soplara para que no se apagara, allí siguió una viva ardiente llama, más hermosa y luciente para todos los siglos, sin gastos de leña y sin ceniza.

Con lo días llegó un delegado que presentaría el caso al Ministerio de los Santos en Roma. Aquel trámite recogió evidencias durante dieciocho años, pero quizá, no entraba en la línea propagandística de la Santa Sede. Se quedaría en el Limbo. Aunque otro testimonio aseguraba que en el pensamiento del papa Bergoglio estaba poblar con santos los pueblos de cordillera porque eran considerados la reserva del pueblo de Dios. Sacaron entonces los testigos, aquellos milagrosos casos de tumores desvanecidos, alivio y curación de desahuciados, tres devotos en tres localizaciones al mismo momento, cuando aquel trío sagrado invocó las fuerzas divinas de María ante el altar de la parroquia en Apía. Hasta hablaron de algún resucitado que no pudieron comprobar porque huyó desde el sepulcro por miedo de venganzas enemigas.  

Ramón Román con su hijo y con Rosana, cansados de sainetes milagreros; un cierto día, anochecieron y no amanecieron; entonces, cuando los trámites de su santificación estaban en el turno 1345 entre los diez mil doscientos catorce casos en estudio ante la Congregación de las causas de los santos, se requerían 130.000 euros para cumplir con las tarifas del tribunal sacro y los abogados sustentadores según derechos pontificios, más los tramitadores de aquella causa piadosa.

Propusieron recoger ese capital con rifas y empanadas, más donaciones por cada milagro de los susodichos. Ya nos estaban en Apía. Alguien dijo verlos en una parranda santa en la Guajira multiplicando panes y botellones de agua para el desfile de los venezolanos desplazados, hasta aquella mañana cuando se ahogaron entre un mar de plegarias y oraciones con sabor de ron cubano.

6 respuestas a “El trio Santo de Apía”

  1. Don Guillermo. Saludos.

    De nuevo lo leo con deleite, con atención, recibiendo de su pluma historias de su terruño, de su mundo circundante, de su experimentada imaginación narrativa. Siempre aprendo algo de lo que usted escribe, pues su estilo es ameno, ágil, sus personajes tienen contacto con el mundo mágico de Apía, o de los tiempos de la conquista, y por eso puedo decir, que cada párrafo es un verdadero milagro textual, es un lumen para nosotros los lectores. Gracias por estas entradas, que como el Grano Rojo, nos da un momento de pausa y de reflexión sobre el tema que ud elige ¿o el tema lo eligió a usted?
    Un abrazo

    Diego Firmiano
    Editor

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    • Diego, ya te había escrito algo sobre este relato. Uno lee sus cosas, sigo muchos blogueros, incluso los más flojos esconden cosas sorprendentes, son una hendija al mundo que uno no vive. Desde esas visiones aparecen asuntos que me asaltan y se iluminan mis visiones. Hay blogueros con bellas fotografías y temáticas expertas y sofisticadas. Por ahí nadan los temas con fantasmas. Gracias siempre Diego Firmiano por todo el estímulo y apoyo que he sentido desde su orillas.

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  2. ¡¡¡Buenísimo!!!. Lo ha terminado de coronar eso de «Aunque otro testimonio aseguraba que en el pensamiento del papa Bergoglio estaba poblar con santos los pueblos de cordillera porque eran considerados la reserva del pueblo de Dios». Genial. Un saludo.

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  3. Azurea nombre bello. Los nombres generan maneras de existir y esas tres consonantes con sus tres vocales son un música que encanta. Había leído de Bergoglio en algún análisis de El Vaticano y desde esas cosas me asaltó esa frase, recuerdo a un sacerdote dominico que hablaba en un templo de Anserma para un grupo de hombres, un prelado en mis días de seminario, me envió con la misión de sabotearle su conferencia con preguntas porque los curas y ministros de las iglesias solo hablan y ellos y algunos actúan como showman. A ese prelado escuché que los pueblos de cordillera son la reserva del pueblo de dios y se debe preservar el diálogo. Ya no orino tanta agua bendita como entonces. Gracias por tus comentarios tan estimulantes.

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