Confidencias ante un reclinatorio

Era  un mueble para el uso de altos jerarcas del clero católico, ahí actuaban en momentos de rezo y actos religiosos: simulaciones de pesadumbre y contrición, rituales de meditación, introspecciones al contacto con el universo en los predios del cielo y los estadios de Dios. Arrepentimiento y penitencia.

También les ayudó a sentirse distinguidos al ocupar un sitial en la vida litúrgica donde evitasen mezclarse con las clases sociales más bajas. Allí calmaron momentos de tensión. -Existe una hora del día cuando  os ponéis cachondos, con ganas de sexo-, como dice mi Luna Valenciana. Y sin manera de echar un buen polvo. Se meditaba entonces en el niño Dios, quien se conformó con una pobres y humildes pajas.  

Dicen que los reclinatorios se datan desde el siglo XV como el más reconocido de los muebles eclesiásticos. También ocupaban sitial en las casas de familias adineradas. Son parte del mobiliario diseñado en Viena en la línea del arte religioso.

A la Nueva Granada, acá del mar de las Antillas, trajeron los jerarcas españoles su mueble de rezo y uso privado, como era usual en las iglesias europeas y para la moda de quienes quisieron posar de nobles, aquellos que habían traído enfermedades rancias entre su mugre y sus costumbres desaseadas; se arrodillaron ahí sus ambiciones y desviaciones criminales para someter a la población nativa.

El reclinatorio era su lugar para empatar las cuentas que se saldan con letanías, oraciones y gestos de compunción y pena. Quien intenta obrar mejor, el que peque y rece, empata. Hasta logra tener en sus cuentas con el cielo un buen saldo de indulgencias plenarias otorgadas como tabla de salvación por la iglesia católica.  

En Marsella, Chinchiná, Manizales, lugares por donde peregrinó mi infancia y en Pereira donde me convirtieron en devoto y rezandero en el Seminario Menor San José, el reclinatorio era el mueble de alcurnia e iglesia mayor. Ornamental de la madera más fina, de estricto uso privado, con pasamanos y asiento acolchado para las rodillas. El campesino lo nombró el arrodilladero de los ricos porque en los asientos de la iglesia, duros y rígidos, tenían los otros su arrodilladero de penitencia. Algunos también usaron el suyo más rustico con arrodilladero de almohadón. La mugre del suelo donde nace y crece la vida los ornaba.

El compadre José Ezequiel Ramírez Salazar, con su tono de campesino malicioso y vivaracho del dueto “Emeterio y Felipe, Los Tolimenses», definió al reclinatorio como aquel mueble donde uno se arrodilla para arrepentirse de los pecados cometidos en otros muebles.

Algunos reclinatorios se diseñaban con un cajón especial para objetos rituales y el culto, estaban marcados con el nombre de su dueño, hombre o mujer. En un museo de Boyacá  indagué aquel nombre y hablaron de un pecador rezandero y muy bandido, de quien decían se quitaba las calzonarias y caían arrodillas en busca de una morocota  que se le perdió en los cajones del tesoro del cura, dizque allí rezaba siempre por temor a los truenos y a los ecos de los balazos que amedrentaron a quienes amenazaban sus enviados, fuera para  quitarles la tierra,  o para cubrirse de las maldiciones de aquellos a quienes compró su tierra más barata.

En un templo capital un gran señor ocupaba su propio reclinatorio y su silla privada, un sitial de poder cercano al círculo sagrado del obispo, aquella zona que demarca el campo energético de ciertas dignidades con apellidos rancios. Mueble de jerarquías y heredades para el uso de familias elegidas por la iglesia de Dios para dirigir el rebaño de la feligresía con su cayado y sus armas, con potestad civil o religiosa con fuerza política. Con esa iconografía emblemática de cruces y cadenas de oro y plata y sus armas.

En los santuarios de muros gruesos y rayos solares filtrados, con obras de arte con marco emplomado, el mundo es menos gris hacia donde unos rayos de luces se infiltran con la magnificencia que otorga el diseño de los arquitectos sagrados para que la irradiación acaricie el lugar de los reclinatorios, altar, la silla del obispo o el párroco.

En Tuluá me hablaron un chisme que aseguran con tono de verdad. Rumores que son media verdad y mentira. León María Lozano, El Cóndor y gran jefe de los pájaros en los años de la violencia entre liberales y conservadores, sobre quien Gustavo Álvarez Gardeazabal escribió su novela “Cóndores no entierran todos los días”.

Aquel señor Cóndor, amigo del presidente Rojas Pinilla a quien dicen le hablaba con autoridad, el mismo León María Lozano, tenía su reclinatorio, obra de un ebanista ecuatoriano, con tres compartimentos: el primero para el misal y la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, en el segundo dos camándulas, una criolla de chumbimbas brillantes ensartadas en hilos de alambre trenzado y otra camándula ayurveda con lágrimas de San Pedro ensartadas en alambres de plata. El tercer lugar para el revólver con una medalla, el obispo le bendijo estos objetos en Santa Rosa de Osos como elementos protectores.

En un pueblo católico y culto como Apía, pocos reclinatorios, ese trebejo es un encarte cuando se carga para ir a la misa en un pueblo faldudo, más aún con la costumbre de arrodillarse con frecuencia en los cultivos, ante las flores y ante la música. Solo recuerdo a Gerpul cuando le dijo a la Mona Patoja. -Mona, ¿Cuánto me cobráis por una arrodilladita?…   Y ella le dice: -Depende de la desmayadita.

PAENFTS – SOLO LE PIDO A DIOS (Cover/León Gieco) Prof. Music. Christian Alejandro Poma Torres

5 respuestas a “Confidencias ante un reclinatorio”

  1. Genial!
    Permíteme que me refiera por tu nombre, Guillermo, es que hace mucho tiempo que te sigo, pero esta vez me has llegado hasta el alma.
    Los reclinatorios siempre eran privados, como bien dices, con los nombres del dueño bien visibles, para que no haya lugar a argucias, que el terciopelo siempre ha estado por encima de la pana.
    Muchas gracias de nuevo

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  2. Recuerdo mi infancia de reclinatorios domésticos: el de mi abuela y los de mis tías. Terciopelo rojo, madera barnizada en oscuro, cajón con el rosario, los escapularios y el misal. Después de que las ancianas terminaran sus rezos y se fueran a merendar, mis hermanos y yo jugábamos encima de ellos, registrando el cajón y parodiando a los mayores. ¡Sacrilegio!

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  3. Don Guillermo.

    Que entrada o texto tan ameno. Característico de ud dejarnos con ganas de leerle con más constancia. Quizá por mi formación «Protestante» no fui asiduo de las iglesias católicas o conocer de todo este mobiliario litúrgico. Con todo, me deleito con su contextualización del tema en el Eje Cafetero, o de Apia, pues así nos baja el tema a nosotros los legos o seglares. Va un abrazo y mis respetos por su buena prosa.

    Diego Firmiano.

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    • Sanchis. Agradecido. Todo son puntos de vista. El mundo ha cambiado mucho. Igual las jerarquías y los usos. Y el lenguaje. Escribo después de indagar y entender que existe una contracultura. Y hechos raros.

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