Todo comenzó cuando arrimé al sitio de un mecánico, el hombre tenía un vagabundeo bien aprendido; a pesar de su alcoholismo, le había dado una voltereta a su imaginación cuando se inventó un alojamiento suntuoso en los restos de un barco abandonado, desde el habían huido unos filibusteros de la isla Tortuga en aquel año cuando les echaron candela, los seguía una patrulla de guardas aduaneros, ellos contrabandistas que debieron renunciar a todo el matute. El mecánico lo halló por indicios de los mismos, aún olía a carne chamuscada y tenía un compartimento secreto con botellas de ron de Martinica.

El mecánico miró mis ojos de niño de orfanato, creyó ver en ellos el príncipe de un reino azotado por una mafia malvada y me brindó café, butifarra y un bollo de arroz. Yo estaba callado y miedoso, él descorrió las nubes de mi temor y descubrió lo que también yo era, un niño curioso. Encontré en un cajón un montón de cuadernos de bitácora con historias de viajes y detalles con mercancías ilícitas, zozobras y desgracias que había borrado el mismo mar. Giré y miré las hojas para volcar los mascarones y las anclas de los viajes y me hundía entre sus gotas de agua salada; ahí me detuve varias horas.
Después estuve asombrado porque al lado de la quilla descubrí su carro viejo. Era un cacharro. El mecánico le adaptó dos luces de sesenta vatios y otras dos de noventa, funcionaban bien altas y bajas; le pinto un paisaje guajiro de tono limonado, con un cielo azul, con un mar de ceniza al fondo donde sobresalía una sirena tetona que al final de su cola estallaba en llamaradas. Le había tapado los agujeros del suelo con una costura de soldadura recosida con pedazos de su capota, aunque le quedó sin techo. Ese carro de verano se lo envidiaban los vagos, los bohemios, pensadores y poetas libertinos, porque tenía buena música, estaba engallado con abalorios y colgandejos de naufragios y atraía a las muchachas más brinconas y alebrestadas.

Las feas buenorras estuvieron felices allí porque él manejaba una democracia festiva. Lo había reparado diez y siete veces y cuando llegué aquella tarde, otra vez estaba embollado. Una noche antes, entre celebraciones de fin de semana, lo estrelló contra un árbol. Todo porque una venezolana percibió sus feromonas.
Cuando ella le husmeó desde lejos sus axilas olorosas a sahumerio de sándalo mefítico, se le derritieron sus ansiedades más locas entre esas señales del vuelo y fragor de aquel hombre; se encabritó tanto, que se le voló a un camionero que la había tomado en Maicao. Estaba tan perturbada por probar el mitote del dueño de ese cacharro que se encaramó de una zancada en un brinco suicida desde el camión al vehículo y el guajiro cabrón corría para encimarlos con un arma de dos cañones.
—Corre, corre—, decía ella, con la persecución feroz dándole alcance. —Este cacharro no es un bólido— contestaba él; mientras más distancia y tiempo, ya lo habían perdido, estaban más distanciados y luego se salieron del camino, ella le encendió la bragueta para que izara el falo, ahí ya quiso tomarle la medida a esa fuerza viva con la que le apuñalearía la suavidad agitada de su cuerpo.
—No nos pasó nada, ni a mí, ni a la forastera amiga—, le dijo al niño.
Ese pequeño era yo. —Pero el que sí sufrió fue mi cacharro—, mientras la venezolana dormía en un rincón del barco.
—Yo era un niño que a los varios años aún estaba lleno de preguntas: ¿Cuántos años llevaría abandonado ese barco?, ¿Quiénes habrían viajado en él?, ¿Qué historias se habrían vivido a bordo?, ¿Habrá personas que lo recuerden?… Y, si… tenía dueño, ¿por qué lo abandonó? — mientras miraba en recuerdos aquel barco pintado de blanco cenizo, su franja roja que resaltaba a lo largo y alrededor se interrumpía en el lugar preciso donde estaba su nombre de batalla: “El Abandonado”.
Luego el mecánico: —No hombre, esto es solo un montón de pedazos de madera y metal. Los que vivimos a bordo lo sabemos muy bien—.
Después me dijo lo que más me alegró la vida.
—Muchacho, usted es el indicado. Necesito tu mano amiga para que me ayude en el trajín de la décima octava reparación del cacharro—. Yo lo miraba incrédulo.
Te quieres ganar la comida de hoy y durante varios días, más algunas monedas que sean lo justo, y si lo haces bien te pagaré mejor.
Y cuando acepté la propuesta. —Sí, pero para que empecemos tranquilos: ¿me echas una mirada por los alrededores? de pronto anda por ahí el camionero.
Elefantes es un grupo de música pop/rock originario de Barcelona, España, formado en 1994 por Shuarma (cantante y compositor), Jordi Ramiro (baterista), Julio Cascán (bajista) y Hugo Toscano (guitarrista). https://es.wikipedia.org/wiki/Elefantes_(banda)