Caminante con su mulada durante varios días y paisajes. Fueron tramos largos sin más hacer que caminar. El viento empujaba las hojas arrancadas desde un árbol guayacán mientras tintineaban con ecos los pasos de las mulas.
Le siguieron y le salieron varias veces en su camino los recuerdos que le vigilan y alertan para no dormirse, llegaban a revolcarse entre su memoria con la imagen de los pies de una mujer enamorada que le esperaba en alguna estancia, intuía el movimiento de sus ancas que le calmarían aquella tormenta de recuerdos lodosos en los pasos malos entre esas trochas difíciles y peligrosas donde no se dejó hundir.
Con ese pensamiento le relaja un vuelo de golondrinas acompañantes que viajan y regresan a esperarlo en el lugar donde les dejará residuos de granos de maíz y restos de su comida, no pertenecen a ninguna casa de posada en el viaje, como él, aunque alguna mujer le sueñe como el amante que le llevaría hacia algún lugar remoto y en ese mismo instante él presiente el bello de su pubis como una selva donde marcará uno de sus pasos felices.
Con esos pasos también carga la herida residual de un juego de amor que le embrujo y latigó en un costado de su cuerpo. La siente arder como las peladuras de sus mulas cuando les maltrata la carga; presiente que esa huella no se le borraría, la imagen de aquella mujer no moriría en su mente, majestuosa y magnifica, es una escena entre el recodo solitario del tramo más difícil.
La lleva entre su carriel como un manuscrito que relee mentalmente mientras se gasta el tramo de un tabaco. En esos ojos empapados de lágrimas tiernas hubiese viajado por toda su vida, le esperan en cada poblado y despoblado y siente aquella humedad entre la lluvia que le hace tormentoso y fresco el camino.

Salió del amor con ella chamuscado de un incendio, allá le dejó un envoltorio con su ropa, media botella de ron y sus papeles. Desde esa madrugada le acompaña una noción de tiempo tan largo como cien años y tan corto como un beso intenso con ella. Una verdad complicada.
Le escribió en una mesa de cantina con palabras tan difíciles que no pudo dejarle aquella nota cuando regresó por allá. Estaba al pie de su puerta y se sentía tapado por un derrumbe del camino más complicado porque en ella descubrió los restos de una hermana a quien su padre arriero había sembrado cuando dejó a una mujer preñada en ese lugar.
Desde ese día el futuro es el rescoldo de un fuego que le quemó y no sabe explicarse como fue al abracadabra en aquella piedra del camino. Ante las vueltas y revueltas solo espera perderse entre una ciudad extraña donde pueda pronunciar ante alguna nueva mujer sus verdades y dormirse en su almohada como un paciente ante un sicoanalista.
El arriero. Versión rock argentino de «Divididos» desde la canción original de Atahualpa Yupanqui. Dicen que tuvo su origen para Atahualpa en la finca de las Matorras – Anta, en el sudeste de de la provincia de Salta, luego de pasar los Las Termas de Rosario de La Frontera – Argentina.