Cuác, Cuác, Cuác: mi tedio se llama languidez

Mil Ochenta. Desde ese alto divisé el Páramo del Ruiz, medité con la mirada hacia una floresta amarilla hasta diluirme en una corriente de neblina que ascendía, me impulsó hacia alturas siderales que me llevaron a un mar de tranquilidad, fantaseaba entre un sueño disparado a órbita lunar.

Paraje de Milochenta – Marsella

Adriana M Grisales, bibliotecaria de Marsella, me animó con sus fotografías, me vendió el boleto hacia un estado de conciencia donde pudiese salir de mi languidez para encontrarme con la sonrisa de una paisana que perdí en una de las curvas donde se quiebra el camino de Mil Ochenta, mi memoria la traía con el desasosiego de tiempos violentos; en esos dias mi sonrisa quedó desfigurada por el doctor calzones, odontólogo de Apía, experto en sacar dientes y llenar las bocas de sombra.  

Junto de aquella buganvilia, pensé en versos de Porfirio Barba Jacob en su «Canción de la vida profunda«.

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,

como las leves briznas al viento y al azar.

Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.

La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

Busqué desde aquel mar en la altura, disolverme entre otra neblina con colores de arco iris; aún sentía ansiedad, me poseía una languidez que provocó el estancamiento y el vacío que sienten las personas en estos días de encierro ante las amenazas de la pandemia. Días sin rumbo preciso en los que desde el amanecer estamos en la mira hacia una vida a través de un parabrisas empañado. La languidez parece la emoción más dominante desde el año 2020 al 2021 y no se sabe cuánto más.

Me gustaría darles a mis lectores ese cielo que se esconde más allá de este pasadizo solitario, meternos en el desfiladero donde nuestra sombra sea la escolta y una luces brillantes de farolas anuncien mejores días y no eludamos los problemas de este tiempo de crisis. Al principio de esta época no reconocía los síntomas que muchos estábamos experimentando.

Una amiga negra muy alegre conversaba con la venezolana rubia y pecosa que se rebusca el día a día tras monedas en las calles de Cali; desde su nacimiento hasta aquella semana cuando a la negra le faltó el festival de San Petronio y a la otra su familia desparramada en tres países distintos y sin rumbo; sintieron más intensos sus problemas de concentración, incluso ni anuncios y noticias sobre vacunas que están en el horizonte las entusiasman.

Nos sentimos agotadas. Somos gente dura, me dijeron, aún teníamos energía. Nuestra sensación de ahora es depresión pura, aunque no nos sentimos desesperadas, pero nos apreciamos sin alegría y sin rumbo. Flotamos entre ese aire de la calle cargado de cierto languidecer que se mueve entre lluvia y sol, brota de nuestras narices por el sofoco que provoca el tapabocas.

De nuevo evoqué versos de la Canción de la vida profundaPorfirio Barba Jacob.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,

como en las noches lúgubres el llanto del pinar.

El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,

y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Este fin de semana pensamos en la salud mental, nos programamos para un baile que espante este espectro que va desde la depresión hasta el florecimiento. Queríamos en el florecimiento algún sentido nuevo cuya energía nos pusiera a rodar sobre la cresta del bienestar, hablamos de propósitos para salirnos de esta olla, nos iluminamos de verraquera y dominio para hacemos la vida soportable y mejorar poco a poco, de estar importantes para nosotras mismas y alternar buenos gestos con los demás, siempre con la distancia que se mide en este tiempo; aunque preciso ahora, programaron el encierro de la tercera ola de la pandemia y la depresión volará sobre un valle de malestar. No queremos ponernos abatidas, agotadas y sin valor.

En la tarde el viernes, la negra y la rubia venezolana bailaron en la calle bajo uno de los aguaceros de las mil lluvias de abril:

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,

como en abril el campo, que tiembla de pasión:

bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,

el alma está brotando florestas de ilusión.

Caminaron hicieron ejercicios y se animaron, les dio la neurogénesis, ese proceso del sistema nervioso que aumenta las neuronas e incrementa la función cognitiva. Hay otros procesos que son muy importantes y en los que el ejercicio podría producir cambios. Uno de ellos es lo que llamamos sinaptogénesis que es la creación de sinapsis, es decir, nuevas conexiones entre las neuronas y otro es la angiogénesis, el aumento de la densidad capilar y del flujo sanguíneo del cerebro.

Se animaron y gritaron al cielo: escúchanos luna de noche pacífica, entre las personas se extiende tu luz, te vemos arriba donde también se ve en blanco y negro. Te miramos desde nuestra tierra donde no tenemos que pelear.

Parte del peligro cuando uno languidece, es que no notemos el descenso del placer o la disminución del impulso. No te das cuenta de que te deslizas poco a poco hacia la soledad; eres indiferente a tu indiferencia. Cuando no puedes ver tu propio sufrimiento, no buscas ayuda ni haces mucho para ayudarte.

2 respuestas a “Cuác, Cuác, Cuác: mi tedio se llama languidez”

  1. ¡Gracias, Guillermo!
    En estos tiempos, en que tentados de ser lúgubres hay tanto gurú que nos quiere explicar e incluso profetiza, este post tuyo es lo más hermoso que he leído y escuchado hasta ahora. ¡Un obsequio a la sensibilidad y a la inteligencia!
    Un fuerte abrazo
    Ramón

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