El hoyo

Había sol en lapso lento y primavera, me atrapaba la prosa cuidadosa de Manuel Cerdá, me envolvía la lectura de ese viaje. El día podría ser cualquiera y no parece miércoles, seguí a ese hombre que se detuvo junto al bosque, abandonó el vehículo y miraba los piñoneros. Al estirar sus piernas después de conducir un trayecto la vida lo mete en una trampa.

Siempre ha cruzado este lugar donde lo asedió el cansancio. Siempre he seguido la narrativa del autor porque una vez en su libro “El Corto Tiempo de las Cerezas” me llevó por Alcoi hacia aquella historia social donde encontré a mi bisabuelo.

La vida le trae su trampa porque ha dado unos pasos y el suelo se le hunde.

Me recuerda un pasaje de mi vida:
Viajábamos hacia regaderos, nos atacó el zanjón seco
Nos volvimos hacia La Isla y se fue un niño a un hueco.

También me recuerda aquella trampa mental cuando, en los años 50, entendí como una metáfora el viaje de mi primo a Estados Unidos, él me dijo que se iría por el hueco como una aventura de tres semanas, creí que en Marsella, por la cuenca del río San Francisco, cerca de aquella piedra donde los antiguos caminantes dejaron una huella, existía un hueco por el cual el viajero se metía sin maleta, evadía los peligros y con muchas luchas llegaba al norte y alcanzaría el sueño americano.

Manuel Cerdá es polifacético y por ello mismo encantador, doctorado en la U de Barcelona, investigó en arqueología industrial y la historia social con varias publicaciones. Ha escrito El viaje (2014) y busca su vida fascinante en https://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Cerd%C3%A0  aunque comencé a seguirlo para aprender de él la historia y la vida en los cabarets y el ambiente del jazz y esa música de mi siglo XX

Cuando me metió en “El Hoyo” pensé profundamente en mi en paralelo con el hombrecito aquel a quien metió en su trampa y lo sacó para después llevarlo en un circuito de  caídas al hueco en mil y una noches con sus lapsos de introspección mental.