Alucinaciones desde Morroazul

En la loma del Morroazul de Apía el viento se metía en mis oídos, en el viajaban seres diminutos, se introducían a mis oídos y penetraban al viaje que circula en mi cabeza y buscaban el flujo lacrimal que protege mis ojos.

Un animado viento con choques contra el suelo bajo rayos de sol, empujaba las hojas de la hierba donde fluye la clorofila y se transforma en aceites esenciales y vida floreciente, percibía fracciones de vida desconocida que se adentraban en mi cuerpo como una legión vital con vibraciones moleculares que eran sustancialidad entre mi sangre.

Una lombriz atómica espiral y un poco triste, serpenteaba entre mis flujos cerebrales y removía mi pensamiento. Cuando sus dos cabezas se asomaron por mis ojos, me animaron a observar una vida sin reposo en una dimensión donde el tiempo no existe.

Aunque no soy tierra ni parte accesoria de la tierra porque soy compañero de las personas; como dicen los dueños de la tierra, los dos centros nerviosos de ese ser que andaba en mi cabeza pensaban en sincronía y se unían a mi mente para percibir las vibraciones del rock de Apía al viento, ese ritmo que trasforma a los cantos fúnebres donde los muertos ya no necesitan esa música porque su existencia es una continuidad en un universo sin tiempos ni afanes. Tierra y humanos somos energía del universo.

No sé cómo, mientras un niño dormía en su cuna, me ubique en el Café Apía, bebí un trago de ron con café, lo que llaman carajillo, luego con aguardiente al estilo del  café punción; la unión virtuosa de esos tragos, me transformó en sujeto de una metamorfosis, me sentía mula o no sé si muleto, ni los sexos ni los géneros eran importantes, aunque requería del látigo con que arriaron los principios de mis tiempos; poseía pecho de mujer y quería desplegar mis alas nuevas de un halcón multicolor como el grifo de las leyendas.

Otros niños me buscaron en el kiosco del parque y querían alimentarme con maíz porque admiraban mis plumas, les propuse adivinanzas y acertijos que entendíamos con un lenguaje mental cifrado sin palabras, los gestos y las miradas eran su fuerza. En cierto momento llegó pataiperro, el cazador de Jordania que me adivinaba todo porque conocía lenguajes de animales, venia de caza por lugares donde ha dejado vientos y soledades, me bañó con agua helada y me rociaba con aquel líquido embrujado que me despertó transformado en una chicharra.

No quería otra cosa que escuchar. Me dediqué a chirriar sin reventarme, percibía la vida en caleidoscopio por cien puntos de mira ubicados en mis ojos, su armonía entre dimensiones vibrátiles era mi existencia. Desmoroné unas piedras con mi ruido e hice cantar a los villanos para darle otro ritmo a mis sonidos con la música que les salía para acompañarme.

Madrugamos a observar pájaros, sonaba el agua de la lluvia y las cañadas, el viento se detuvo a recoger aquellos sonidos para llevarlos hasta ciudades donde hacían felices a los sordos y los mudos dieron letra a las melodías.

Por ahí andaba un grupo de cazadores que no saben conservar el patrimonio de la vida natural, ante ellos los niños se disfrazaron de gatos, de tatabras, de conejos, de venados y de aves que vuelan en las lomas por el bosque de Agualinda, por caminos de Pavero y sobre las aguas de la quebrada La Sonadora. Trajeron miles de sonidos con sus flautas e instrumentos; con su melodía los Apianos cayeron en cuenta que el mundo de los animales y los árboles en armonía con los seres naturales cambia menos que el mundo de los humanos, sin el tiempo que los mide porque para cada cual la vida transcurre en gránulos distintos, instantáneo y corto el tiempo del insecto y siglos la tortuga, sin aparatos electrónicos o cachivaches que les alejan de los ritmos de la vida.

Quisiera estar en lentitud y ritmo de estrellas con planetas viajeros, vagar a la energía y la luz eterna.  

Desperté en las escalas del atrio de la iglesia y sentí el amparo nocturno del viento que lleva ecos de animales y oscilaciones de la vida; percibí visitantes nocturnos y un ronroneo de gatos entre rumores de oraciones y un pensamiento energético de meditaciones.

Me sentí hijo de seres que han exterminado especies de animales enormes y diminutos, obnubilados con años de fantasía ante el brillo del dinero. Hicieron funcionar las fumigadoras que exterminan a las abejas y paralizan la polinización que hace diversa la vida vegetal.

Observo el desfile de la vida que representa a Apía y siento como siempre los ímpetus de la vida.  ¿Qué significa existir aquí? ¿Quién eres tu ante el aguacero? La voz de la lluvia habrá de recodarnos la poesía de la tierra.

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