Vuelvo a Golconda

Imagen destacada: «Golconda» 1953 del pintor Belga Rene Magritte, quien era parte del movimiento los Dadaístas, existía para sentar el marco del Surrealismo. The Menil Collection, Houston. © 2019. C. Herscovici / Sociedad de Derechos de Artistas (ARS), Nueva York

Desde el Café Apía, donde los parroquianos se reunían a esperar la misa de la tarde, salí en otra tarde y anochecí en la taberna Golconda del barrio Cuba de Pereira. Ahí la contracultura conversaba entre voces del grupo rebelde de jóvenes liberales y de izquierda; música, todo ruido y ruido, bulla y conversación, entre un choque de bandas sonoras de una época de años 60 al 90.

Las mesas rompían sus formas con pensamientos al son del rock, la música pop de la protesta y se trazaba la rebeldía, la contra encontraba ideales comunistas, maoístas, las nuevas teorías cristianas y socialistas populistas. Ron con música orquestada de Ray Conniff, los Beatles, la changa con pachanga y lo mejor de bolero. Tango y canciones de Bob Dylan. Fundidos del trajín del día, palabras y ron en hielo nos levantaban.

Los labios proféticos de Silvio anunciaban los cambios que amenazaban al primigenio Barrio Cuba de Pereira:
—Esto es una urbe. Éramos la roca: valientes y menos intelectuales, nos uníamos en la adversidad, hoy estamos pegados de los políticos para que nos consigan contratos—.

Eran días y noches de memorias calmantes del miedo y pensamiento progresista que se hundían entre el atafago del tránsito y la cuchilla que roe generaciones cuyos sueños son dispersos a muchos mundos.
Y contestaba Daniel Humberto Serna, medio copetón, casi con las mismas palabras de Eugene Ionesco: −En toda ciudad del mundo de ahora y el de siempre es lo mismo; el habitante de este barrio también vive apurado, recordemos, nos tocó gaminiar entre el afán de la calle sin tiempo y con el tiempo por delante, porque los días nos querían aplastar sin dinero. No queríamos ser prisioneros de la necesidad. Y ¿no es de eso de lo que nos queríamos escapar?

Y luego el zapatero con su pinta de profeta. Ezequiel González dejó de lado su tono de mamador de gallo: mire mijo, si hablas por mi que estoy tirado a la política, así mismo como tu Daniel, por este barrio y por los amigos, vos no me conocés, estoy en las dudas si esto es útil o inútil, y si no se comprende la utilidad de lo inútil, tanto en el arte como dice tu maestro del teatro, o como esas cosas pintadas que exponen y no comprendemos y las llaman obras de arte. Si no pensamos más allá de eso y el por qué uno se mueve por la gente, o el artista por su mensaje y su pasión; entonces qué, o seremos como los entes de esas películas de vampiros que nos explicaba ese muchachito Germán Ossa.

Cuidado muchachos, observemos la vida de los vecinos que estrenan carro y vida alborotada, quizá estemos en camino de ser barrios de gente mafiosa entre gente trabajadora, gente delincuente y gente desdichada y entre todos ellos los niños y las jovencitas que corren y estudian para escaparse de esa ola de locuras. Y, qué querés que hagamos. ¿Nada? O la de los nadaístas, o la de lo que somos nosotros mismos.

Silvio venía de experiencias y tiempos difíciles, lo profanamos si vamos más allá tras él. Amigos y familiares suyos crearon Golconda, se unieron a él y se inventaron el sueño en las mesas donde se sosegaban los estragos de la lujuria, mientras transitábamos tras colegialas resbalosas, sin ser un sitio lujurioso, donde los pliegues de la memoria se soltaban con humo de cigarrillo, las tormentas de días calurosos y lluvias de las seis de la tarde se aplacaban con chicas conversadoras que buscaban la gracia de los pecados.

Lugar de retiro donde las conversaciones se fundieran desde las doctrinas e ideales que germinan entre la insatisfacción y el embrollo de las soledades. Golconda. Así, simbólico el nombre para honor de la época y las luchas sociales. Y a Golconda llegaban personajes de todo el país porque las experiencias que muchos vivieron en ese sitio iban de boca en boca, de ciudad en ciudad, de ministerio en ministerio y en las universidades; también en los sindicatos.

Era la magia de la experiencia del barrio Cuba, la plataforma social que recibía a los desplazados de la violencia y donde los liderazgos populares se forjaron. Ahí llegamos jóvenes líderes de Marsella, Apía, Belén de Umbría, Santa Rosa y municipios del norte del Valle, invitados por Ennio Quiceno, Daniel Humberto Serna, Arturo Carvajal, Fernando Brito, Leonel Quintero y Ezequiel Gonzáles y otros de la izquierda intelectual y combativa como Gildardo Castaño, desde ahí se impulsaron luchas campesinas, sindicatos y organizaciones viviendistas. Una generación de palabras cantadas y contadas con ron y templanza de músicas de orquesta en tocadiscos.

En medio de una resaca de aguardientes la noche anterior en El Páramo, sitio bambuquero sagrado de Pereira, llegó César Zabala a conocer Golconda, pidió silencio y meditó frente a la imagen iconográfica de Monseñor Gerardo Valencia Cano, el obispo rojo de Buenaventura cuyos sermones tocaron las conciencias con los curas de Golconda, un grupo de clérigos colombianos orientados por la Teología de la Liberación, heterogénea y diversa en ideas políticas, y desde ahí algunos sacerdotes radicalizaron su discurso y terminaron vinculados a grupos guerrilleros como el M19, el ejército de liberación nacional ELN, incluso algunos farianos. Aquellos que crearon la Taberna Golconda en el barrio Cuba de Pereira, fueron cercanos a esa experiencia y ese fue su desahogo.

Y en Golconda como templo del licor, el desfogue y las palabras, así como lo concibieron quienes se unieron para ayudarle a generar un sitio de trabajo a Silvio, se fraguaron ideas que orientaron el progreso de Pereira: las brigadas rojas del Partido Liberal, las campañas de las Juntas Acción Comunal, las coaliciones del Concejo Municipal de Pereira, las ideas sobre las obras públicas y se compartía la experiencia de la lectura del pensamiento de Marcuse, el existencialismo, la doctrina social de la iglesia, la literatura de William Faulkner y Albert Camus con los poemas de Neruda y Walt Whitman.

Ahora el sitio donde funcionó Golconda parece igual, pero no es lo mismo. El barrio Cuba ya no el Cuba fundacional, y hace falta otro lugar como Golconda, y una generación rebelde que se una a pensar y a reinventar todo el suroccidente de Pereira, cuyos líderes quieren más pensar el norte de los idearios políticos y comenzarán a sufrir una enfermedad cuya dureza a veces ayuda pensar: la viudez del poder.

2 respuestas a “Vuelvo a Golconda”

  1. Quizá pues, Guillermo, con el paso del tiempo las cosas y sobre los jóvenes, haciéndose viejos tiendan a asemejarse y a uniformarse, como en el cuadro de Magritte, mientras ascienden como bolos de verbena y pasando por encima de los tejados, se alejen hacia su difuminación y sea olvidado lo que fueron…

    Mas en el cuadro no se ve la acera ni la calzada, con lo que no sabemos cómo esté en trance de ser la nueva generación que quizás llega por esa calle invisible…

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