En algún momento pensaba en el territorio donde nací y comenzó mi vida. La cultura de mi pueblo verde caía sobre mí como una sombra y una luz, mis pensamientos negros tienen los tonos de la calle empedrada y unos años complicados y mi piel de estudiante aún tiene la tinta y las señales del asombro.
En Marsella conocí y tuve influencias de hombres de agua y mujeres de luna lenta, en algún momento debo escribir sobre ellas, a quienes tuve temor, respeto, devoción y alucinaciones.
Me recuerdo en la calle de La Rioja: era un niño que arrastraba una carreta cargada con bultos de carbón, sentí que me seguía la mirada de una chica, miré las piedras mientras ella hacía malabares con su mirada en mi ombligo y sus pensamientos picoteaban líneas en mi espalda, mi piel de estudiante quería incendiarse; aún la siento tras los años, me salvé de aquella francotiradora porque con los consejos de mis tías en esos días tenía una sensación miedosa hacia las mujeres.
Debía entregar un bulto en la casa de una jovencita que me desvelaba, me seguía con aquella mirada punzándome hasta poner trabas y trompicones en mi pie choneto, dejé el carbón en el portón, timbré como los niños que bromean y corrí con mi carreta hasta aquel día cuando en la tarde, entre un río cálido, una mujer me supo desnudar y atemperar mis miedos.
Hombres de un municipio verde.
Los vientos del Ruiz los traen, los del Tatamá los llevan,
son polen de polvo vivo, en camino y agua fresca.
Hombres marselleses recios, cimiento amante de tierra,
espirales de hojas lentas, vida median, canto en lomas.
Manuel Semilla

Manuel Salazar plantó brotes de lluvia en cada hoja,
raíces profundas sacras que destierran hierbas malas,
su voz acarició el monte y al árbol en sus raíces,
persiguió sus mil palabras en la cuenca de La Nona,
Los niños que lo siguieron con agua clara y sonora,
al parto fiero de semillas, germen lumen verde agreste,
sus rostros contemporáneos que traían voces nuevas
conocieron del agua alegre su germen que anuncia vida
Carlos A López

López es el andariego que aprende en caminos nuevos,
rastrea simientes de lluvia, vida fluyente y viento loco,
norte a sur intuye a América, sur a norte un son de nubes,
cambios del mar al oeste con el cambio de lo climas.
Es verde y sonora madera, le embriagan rosados fresnos,
esperanza, pasión, paciencia, habla con palabras húmedas,
luz y sombra entre los árboles, conduce activa esperanza,
rastrea entre raros sueños, otea entre umbrales del cosmos.
Tomás Issa

Fertilizó en lomas porosas con la ceniza de San Francisco.
Nos enseñó a pensar en la savia y las señales de la tierra.
Saltó, giró y dudó de sectas, vuela y trina en la vía láctea,
tras mil estaciones nuevas con el regreso de los pájaros.
Abría oídos y sorprendía, llena su boca de flores,
su ráfaga persuasiva, traviesa en frases proféticas,
fulgor de hojas y nervaduras, terapéutica de malva,
Gaia y átomo en mil soles, estrella de imán oscuro.
Pensó del calor ignoto, frío ajeno, desastre, aire furioso,
con ojos de veinte años que ven chocar piedras de agua
en negras mañanas de sol. Cantarán tiritarán mujeres,
ruiseñores con instantes mientras los niños se duermen.
7 respuestas a “Mujeres y hombres de Marsella”
Felicitaciones es muy buena su narración primo.
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Leoni. Saludo y me dan energía tus palabras.
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Leonidas. Siempre ahí, nos falta conversar para tejer historias juntos. Vendrán los días.
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Muy bueno. Y la canción de Serrat que no conocía preciosas. Gracias. Un saludo
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Gracias por tu apoyo con los comentarios positivos. Se hace camino al andar y en el camino encuentro flores.
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Serrat tiene interpretaciones sorprendentes y a menudo tras ellas hay una historia. Tus comentarios son estimulantes.
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[…] Mujeres y hombres de Marsella — GRANO ROJO […]
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