Una leyenda de la tradición oral entre familias de Marsella y Chinchiná, narrada en mi libro «EL Congal diáspora y bordado»: Sobre la historia cultural de Marsella.
C Chuquira. Fue una de las abuelas de los Vidal, familia extensa que residía en La Floresta de Chinchiná y con nexos en Marsella, en su juventud fue monja durante ocho años. En el convento de Cali, un viernes de cuaresma tuvo un ataque de risa, sus carcajadas resonaban en medio de un ejercicio de meditación y ayuno, hecho que ocasionó su expulsión de la comunidad por rebelde, brincona y bailadora.
Regresó a la vereda afanada en tener marido, sin casarse se rejuntó a escondidas con el más apuesto del lugar, el abuelo Eleuterio Vidal, quien años después murió tras una noche de borrachera y baile. Las vecinas la envidiaban porque les había quitado al hombre príncipe de sus sueños.
Ya anciana, se tomaba sus tragos de aguardiente y decían que se enlagunaba entre un humedal de licores; en ciertos días salía entre su delirio etílico, se alejaba para pasar la medianoche por el camino del Alto de Minas, allí invocaba a sus dioses antiguos, y continuaba al otro lado por un camino desde la montaña de Los Españoles hacia la rivera del río San Francisco. Cargaba su frasco de aguardiente y por allá tenía un secreto; pedía, no me acompañen, iré sola a mis lugares de meditación y encuentro con los antepasados, no me pasará nada. Mañana les regreso.
Dos sobrinos la contradijeron. La siguieron y vieron perderse. A los lejos se esfumó en un atardecer de sombras, entre las seis y la siete.

Chuquira fue de las únicas descendientes del pueblo Tacurrumbí del grupo indígena Quimbaya. Un cura de misa y olla, Chucho María Estrada, les había prevenido a familiares y vecinos sobre la locura de su abuela; todo por una causa errada, el cronista Pedro Cieza de León había escrito que «los quimbaya no tienen creencia alguna; hablan con el demonio de la misma manera que los demás«, pero mi abuela Carmen Vera, cuya cultura era de ascendencia muisca de Boyacá, habló mucho con ella y comprendía que la abuela de los Vidal era la mujer más espiritual e iluminada de la comarca. Ellas intercambiaban secretos para el cuidado del huerto y el jardín, plantas medicinales y condimentarias. Los olores florales para la buena energía en la casa.
Donde entran las plantas están los buenos espíritus y no se meten las enfermedades, decían.

Los sobrinos que la seguían, continuaron avistando por ese camino y más abajo, cerca al río San Francisco, donde dicen están los petroglifos y otra huella jeroglífica que desfiguraron con picas quienes ampliaron el camino, alcanzaron a ver a la abuela que bailaba y hacía una danza de rondas con cinco indígenas, alelada con un sonido de flautas de carrillo y toques de un palo en una guadua, ciertos toques les daban el ritmo con el que levitaban y caían hacia los árboles.

Los Embera son una población indígena colombiana del pueblo amerindio que habitan en zonas de la región Pacífico, tienen relación con las familias Arawak, Karib y Chibcha. http://www.upme.gov.co/guia_ambiental/carbon/areas/minorias/contenid/embera.htm
2 respuestas a “La abuela del Alto de la Mina”
Buenísimo. A mí, a veces,, cuando iba a misa me daba por pensar qué pasaría si me pusiera a gritar, cantar o reirme como una loca. Como hizo Chuquira. Igual tengo algo de monja o de loca. jajajaj Salud, amigo.
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Tus palabras te describen como una bella monja loca. Abrazo
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