Años sesenta. Marsella entraba a la modernidad, antes en sus calles mandaba más el cura que el alcalde, habíamos vivido una violencia cruenta y empezábamos a vivir días de distensión.
Aquel hecho resonó entre los rumores de la Calle Real, saltaba entre casa y casa, a más personas con el cuento más palabras le agregaban, más detalles. Algunos despertaron a los enfermos y los borrachos para contarles el asunto que ayudaba a cambiar la tirantez causada por su enfermedad o los violentos; quien lo creyera, una creencia sobre brujas fue capaz de calmar el desasosiego.
El rumor se oyó salir desde el portón de la casa de la familia del notario. Voces decían que a Héctor lo estaba acosando una bruja, un espíritu con cuerpo de mujer que lo asaltaba en las noches, aparecía entre un vuelo de sábanas rojas y los sonidos de una escoba que roza con el viento, entraba por un agujero del alero y sacudía toda la casa, o la zarandeaba horqueteada en el lomo del entejado.

Decían que sacudía todo su entramado de bahareque desde los cimientos hasta el techo, que un día a las once de la noche algunas paredes cayeron vueltas polvo y ceniza, y el último domingo de marzo en horas del amanecer las cerraduras vibraban; y mucho más, al momento del primer desayuno de esa semana, entre las tazas de chocolate aparecieron terrones de cagajón de caballo negro. Bruja.
Doña Ester, la matrona de la casa, estaba tan asustada que imploró la ayuda de Monseñor Estrada, cura párroco del poblado, a quién hacia una década habían consagrado como camarlengo del papa Pio XII, un rumor que echaron a rodar y jamás pudo comprobarse. Monseñor habló con el Obispo de Pereira e hizo traer algún exorcista para desembrujar la casa.
Una tarde llegó un clérigo con sotana de cuello granate con su maletín repleto de adminículos de exorcista: agua bendita traída de tierra santa, un crucifijo de madera de cedro del Líbano, un par de reliquias de paño untado de los huesos de San Francisco de Asís, y en el mismo momento cuando lo vieron salir de la casa cural hacia donde los Agudelo; apenas cruzó aquel portón, se detuvieron todas las actividades de la Calle Real porque todos estuvimos en la expectativa.

Jesusa Vargas me dijo años después: —vimos cuando salía humo bendito de ramos de Semana Santa por las ventanas entreabiertas, hasta los andenes vecinos se mojaron con lluvia de agua bendita, olía al óleo del Santo Crisma, porque estaban declarando el destierro de la bruja con palabras de bautismo y exorcismos—.
Omar Rubirosa «El Ordoñez», el varón más hermoso de Marsella, a quien le negaron casarse con la reina, escuchaba oraciones en tono de alegato como para matar el duende.
Todo el esfuerzo de los ritos religiosos fue vano.
Y nada, nada. Ni oraciones sagradas, ni jaculatorias con riegos de un Jaibaná traído desde el Chocó, quien llegó con el Indio Llanero que se llenó de plata en Bogotá adivinando el futuro y cambiándole la suerte a los más timados. Nada nada, la bruja parecía estar metida entre las guaduas del armazón de la vivienda, o aferrada como araña con patas de alacrán entre los orificios de las paredes forradas con esterilla de guadua y empañetadas con cagajón.
La familia consternada, solo calmó sus desasosiegos cuando Héctor Agudelo, un varón de la familia con pinta de galán de película mexicana, confesó compungido a sus hermanas que no eran asuntos de brujas.

Resultado. Que la bruja era una amante que él tenía y entraba furtivamente a su habitación. Él tenía el secreto. Había traído a hurtadillas a Rita Cruz, una amante nalgona que lo tenía muy atrapado desde cuando trabajó en Pueblo Rico. Que ella se le desnudaba y desde cuando veía sus tetas blancas con pezones turgentes se le iba el mundo. Que esa mujer era un verdadero huracán en la cama y en los estertores del acto se desataban todos los terremotos y sus orgasmos desataban la furias de todos los huracanes.
Entonces, una mañana, salieron las Agudelo y mostraron a sus vecinos una botella con agua bendita teñida de color azul de metileno donde decían que Monseñor había ahogado a la bruja, algunas amigas de la cofradía del Corazón de Jesús las acompañaron entre oraciones e hicieron un desfile discreto para enterrar esa botella con caldo de bruja en la parte de atrás en el cementerio, el sitio destinado a los suicidas, con solo regarlo con esa agua se secó un chirimoyo.

9 respuestas a “Una Bruja en la Calle Real”
Buenísimo, como todo lo que escribes. Salud.
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En todos los poblados las leyendas y los mitos están grabados en las paredes, colocas el oído, te concentras y te hablan.
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¡Muy bueno!
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Que entretenida historia, me encantó
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Es que Guille, el sexo así es brujeríl, por no decir diabólico gozante y afortunado. Es tan posesivo que absorbe y te quita de todo. Y bienvenido sea: porque en esos momentos, en la trascendencia de esa actividad creativamente ritual -y según mi mirada escéptica, en vías de desaparecer, hay algo o mucho que nos disuelve como humanos-inhumanos y nos llena el vacío o la falta inaugural. Tanto es así que, creo, tuvo razón Chico Buarque cuando lo declara en «Qué será, qué será…»: Dios bendice esas situaciones y debe decirse a sí mismo que, al menos en ese momento, si los humanos gozan mutuamente, recíprocamente, en simetría, entonces significa que no están haciendo daño, que no practican el odio y la muerte, y que así puede tomarse un descanso.
Un abrazo por tu humor en esta historia breve y negra, irónica, sobre la bendita sexualidad de las Señoras Brujas que solo desean pasarla bien, por las noches, haciendo humano al a-humano.
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Es que Guille, el sexo así es brujeríl, por no decir diabólico gozante y afortunado. Es tan posesivo que absorbe y te quita de todo. Y bienvenido sea: porque en esos momentos, en la trascendencia de esa actividad creativamente ritual -y según mi mirada escéptica, en vías de desaparecer, hay algo o mucho que nos disuelve como humanos-inhumanos y nos llena el vacío o la falta inaugural. Tanto es así que, creo, tuvo razón Chico Buarque cuando lo declara en «Qué será, qué será…»: Dios bendice esas situaciones y debe decirse a sí mismo que, al menos en ese momento, si los humanos gozan mutuamente, recíprocamente, en simetría, entonces significa que no están haciendo daño, que no practican el odio y la muerte, y que así puede tomarse un descanso.
Un abrazo por tu humor en esta historia breve y negra, irónica, sobre la bendita sexualidad de las Señoras Brujas que solo desean pasarla bien, por las noches, haciendo humano al a-humano.
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Oh Amilcar. Que ilustrativo y bueno tu aporte. La sal de la vida y el momento más plácido.
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