Cumplía cinco años, una tía me trajo de regalo una gallina clueca con sus huevos, debíamos cuidarlos hasta cuando nacieran los pollitos. Mi tristeza de esos días la removí porque ayudé a sanar al pollito cojo.
En estos los días de ahora, escucho las noticias, leo comentarios, interpreto los decires de aquellos que sueltan frases en redes sociales. Pienso los sentires que dicen cosas en el chat.
Los días de confinamiento nos confrontan, a unos con sus efectos económicos, a otros por la ausencia de besos y abrazos, incluso falta aquel encuentro apasionado sin afecto. Lo más difícil es la pérdida de personas que se han ido al viaje sin retorno.
Juan Antonio Ruiz, en https://elopinadero.com.co/adios-y-lagrimas-desde-la-distancia
“La pérdida de un ser querido es un momento de confrontación sobre la finitud de la vida y por ello, tanto creyentes como agnósticos, establecen ritos para despedir al difunto y facilitar a sus allegados asumir el duelo.
A raíz de la sesentena que estamos viviendo, fueron suspendidas las velaciones y ceremonias para fallecidos por el Covid-19.
En este nuevo entorno de soledad, restricciones, falta de abrazos y despedidas virtuales, me pregunto si los deudos serán capaces de procesar adecuadamente la ausencia permanente de ese ser querido.”
Duele la pérdida sin la ritualidad del funeral y el novenario acompañados, aquel desprendimiento sin el cariño y el afecto, esa sensación afectuosa y presente de quienes saben conversar en esos días para darle levedades a las penas.
Leo a Orham Pamuk en su libro Estambul. Aquí y ahora me hace pensar que “La amargura, como la tristesse, es una palabra muy adecuada para referirse no a algo que afecta como una enfermedad a un solo individuo, sino a una cultura, a un entorno y a un sentimiento en los que viven inmersas millones de personas”.
Pamuk, Orhan. Estambul (Spanish Edition) (Posición en Kindle-1272-1274). Penguin Random House Grupo Editorial España. Edición de Kindle.
Después de ciertas épocas: las guerras, las crisis telúricas por terremotos, erupciones y huracanes, ahora y siempre enfermedad y peste; ciertos escritores, escriben más profundo o dan su testimonio de los días. Irving Layton decía que se sentía más seguro en los cementerios. Otro quería sentirse en un final que flota entre cenizas, disolverse en un viento fuerte que lo lleva a diluirse entre corrientes de agua.
Estos sentimientos: la amargura y la tristeza, nos confrontan, más a unos que a otros.
Leo a algunos amigos pensativos y trascendentes ante la complejidad del desafío: sufren que la naturaleza sea maltratada por la civilización; están dolidos con sus problemas desde el capitalismo y el progreso; perciben las señales que nos envían seres nano invisibles, los que han llegado con la pandemia, sea entre el viento de una dulce primavera o con el hielo de otros lugares.
Cuando se ralentiza el tiempo y sus instantes ciertos, pensamos en esa eterna corriente de la vida, no sabemos que habrá más allá de mis días o los tuyos, quizá ni nos ìmporta.
Ignoro si habremos puesto de lado las excentricidades, no todos las sentimos; quizá nos han tragado, porque en el fraccionamiento humano, obnubilados entre las redes virtuales, y con la comodidad o el cambio por el trabajo cibernético, los afanes del caos económico nos alcanzan y nos acomodamos. Mientras los otros sufren.
En “La cebra que habla” espacio virtual de pereiranos, por estos días Marta Alzate me ha puesto a pensar con los poemas que narra, entre ellos: “Considerado el frio imparcialmente” de César Vallejo.
Ella escribe «En este poema nos habla César Vallejo de la fragilidad de lo humano, lo baladí de nuestras pretensiones cotidianas, y, al tiempo, la dignidad de nuestro ser sensible que piensa mientras se piensa.
Como mejor lo decía el filósofo Blaise Pascal: «“El hombre no es más que un junco, el más endeble de la naturaleza, pero es un junco pensante. No hace falta que todo el universo se ocupe de aplastarlo. Un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Pero cuando el Universo lo estuviese destruyendo, el hombre sería más noble que aquello que le mata; porque él sabe que está muriendo, mientras que el universo no tiene ni idea de la superioridad que tiene sobre él».
Sabernos débiles, frágiles, vulnerables y, aun así, afirmarnos en nuestra condición de seres nobles y aguerridos. Aferrados al soplo de vida que nos anima, somos apenas un leve candil: suave llama expuesta a los azares del tiempo pero que contiene en ella todos los misterios del universo”.
Aquí el poema de Cèsar Vallejo en la voz de Claudio Obregón. Cada voz afianza sus propios sentidos:
En mi patio cantan las chicharras y los grillos. Pienso en los malestares de los niños confinados entre el orden y el curso breve o largo de estos días, a veces encontramos la ternura y comprensión a su inocencia, se manifiestan con el leve desespero que también hace suyo este golpe.
Asì lo presenta este mensaje que es viral en las redes sociales de Cali, mi ciudad actual. Aquí la vida habìa fluído desde el goce a la pasión pagana, ahora se escurre hacia la preocupación por los estrujones del ingreso disminuido y las amenazas de este virus incomprensible. A esta niña ha despojado de sus momentos en el río Pance.
9 respuestas a “Melancolía y desorden de los días”
You replied to this comment. «Me ha encantado esta entrada Guiller. Los videos, extraordinarios. Te mando mi abrazo.»
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Julie. Siempre siempre ahì de la mano. Agradecido
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Dramático asunto el de la imposibilidad del duelo. Otro reto más para el ser humano.
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El novenario que celebran los católicos y otros, al difunto hay que bailarlo dicen comunidades negras, otras culturas un altar y todos estos rituales, porque somos históricos y rituales, ese rito es el quiebre o el final de una historia que continúa con recuerdos y emociones. Por eso este tiempo es duro….
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Siempre magnífico. Salud.
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Agradecido por tus palabras. Tomémonos un tinto, seamos amigos, es la consigna de mi tierra.
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Excelente entrada Guiller. He “caído” un rato por estos lares por culpa del señor insomnio y, entre salto y salto, leyendo y releyendo, regresé de nuevo a esta entrada tuya tras leer la última.
Me quedé pensando -nuevamente- acerca de esta tremenda desgracia (tanta, tantísima gente fallecida). A mí me sucede que desde que empezó todo esto, más que pensar en los que se quedaron aquí y no pudieron despedirse, no paro de darle vueltas a cómo debió ser para los que se fueron (por lo menos durante el tiempo que estuvieron conscientes). Los que aquí quedaron, resolverán tarde o temprano un modo de decir adiós y seguirán batallando. La vida sigue, se dice. Pero, ¿y los que se fueron? Terminar la andadura en este mundo así, en soledad, sin poder sentir un gesto de ternura, un abrazo, sin poder decir o escuchar una sola palabra, una última palabra, me parece un final tan triste…
Y pienso en los que se están yendo ahora, pero también en los que se fueron antes de que hiciera acto de presencia este virus, y entonces recuerdo que cada vez son más frecuentes las noticias que nos hablan de que van en aumento los casos de personas que fallecen en sus casas en la más absoluta soledad (sobretodo en grandes ciudades), sin que nadie los eche en falta, al punto que pueden pasar unos meses hasta que los encuentren. Y sigo dándole vueltas a la cabeza. Pareciera que solo nos importan “los nuestros”. Esta “avalancha” de defunciones, pasará, nos repondremos, y me pregunto si a raíz de esto aprenderemos, no solo a valorar más estar cerca de nuestros seres queridos, a no dejar para mañana el abrazo que podamos dar hoy, sino también a fijarnos, tomar un poco más de responsabilidad con todos aquellos que tienen todas las probabilidades de terminar sus días y su vida en la más absoluta soledad. Hay ciertas cosas que uno no debiera querer para los suyos, ni para los otros.
Saludos.
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Caray, me has puesto triste y solidario con tus sentires y con ese dolor, tantos que no pude conocer, jamás podré abrazar, ni inventarles palabras que nos lleven en la barca al más allá y ayudarles con la moneda en la boca para que le paguen al barquero de las creencias griegas. Y quienes acá quedaron no me alcanza el abrazo, pero te abrazo a ti con algún gesto tierno, por eso que sentimos y nos hace ser parte de la vida en estas plenitudes.
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Like me back 😉
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