Sueño entre la virosis

En mi sueño veía un desfile de carnaval largo de zanqueros vestidos de pájaros míticos, los difuminaba el humo sagrado de un ritual católico, aquella comparsa cotorreaba y cantaban sin respuestas en los coros de un sacerdote enmascarado entre una cabeza de cigüeña con pico corvo de tucán que reparte agua bendita a lado y lado de una calle. Entre la aridez le observan mis pesadillas con los rostros de las mujeres demacradas y huérfanas.

Amanecía entre una idea de catástrofe inminente o ese temor de la aniquilación que acosa al inconsciente colectivo de los mayores que durante la película de la vida hemos presenciado las locuras de la historia.

Mi abuelo decía que vivimos perseguidos por el miedo y una idea fija del final, amenazados por el calentamiento global y la explosión atómica, con los pómulos morados desde todas las violencias y esperanzados con la idea de un futuro donde podríamos eludir los dientes de las corporaciones financieras.

Tampoco es la catástrofe porque no hay devastación total como en el pueblo de Armero, sepultado bajo el lodo de un volcán erupcionado, quizá el tiempo de crisis sea como el apocalipsis bíblico cuando anuncia la crisis y un cambio diferente del que pregonan los alcaldes en Pereira. Es un cambio que se ha enredado y nos desafía con una corona viral y sin certezas de una revelación.

Entre mis tripas apuestan carreras las lombrices de aquellos tiempos cuando crecí con el agua infecta de una vereda en El Congal. No me incita la carencia de ahora, aquel frenesí doméstico encerrado, agitado en el paseo entre la sala, el comedor a la cocina y la ventana, o el vacío hacia el consumo de chucherías en centros comerciales, o un anhelo difuso entre oraciones en iglesias llenas de velones encendidos, o un desespero por estar atornillado tras un escritorio ejecutivo donde se calculan los remedios tras los pasos que dan los demonios.

La energía en mi cerebro impulsa los quantos que mueven aquel gusanito caminante en mi cerebro y en su recorrido hace fluir cambios de estado, saltos entre emociones encontradas que me asaltan entre la risa y la furia.

Pienso en aquel niño que armaba una torre con fichas de madera y cualquier cosa indefinible la derrumba para saltar de risa y persistir por el surco de un disco de acetato, allí mismo donde rueda una aguja mientras vibran los sonidos hacia el pináculo de la civilización.

Hay un tropiezo entre un surco de aquel disco rayado, es esa falla en la cual quedó olvidada la investigación sobre la vida nano biológica, ahí donde está un virus coronado que nos enloquece porque aún lo enfrentamos solamente con las predicciones estadísticas de la vieja ingeniería determinística.

Era el diez de mayo del año 2020 con la lluvia de las cuatro de la tarde, la luna aún está perdida en una tarde de nubes rojas, las loras revolotean y unos niños les agitan las manos con un saludo para que vuelen a cambiar las estaciones que atraen el miedo a su casa que está embrujada.

En otro lado camina aquella vaca que ama a sus garrapatas porque la vacunan, la arrea un campesino con un nevado en la cabeza, él camina con los afanes de un tiempo al que no lo persiguen los problemas de la productividad, y cuando el virus llegue y me corone con su envoltura de saliva y vaho, estaré tan olvidado de mi nombre que he de mirarlo con el mazo de un obrero que derriba el concreto de mi cuerpo.

Máscara de la peste negra

El virus quiere poseerme para aumentar su número de muertos y no sé si soportaré su veneno con neblina de los muertos, aquellos que fueron matados en el paso de la quebrada la Farallona en Apía.

Floto entre aquella pesadilla y en los latidos de mi corazón resuena su bum – bum – bum, hasta alertarme y embrujarme para que no siga la tos en mi garganta reseca, ni la opresión en las paredes del tórax desde donde no podrá saltar el aliento a mis labios donde no se admitieron los besos que no fueron.

Se abre entre mi túnel aquella luz que me arrulla con la ternura de las tetas de aquella mujer que me hizo vencer el miedo, entonces yo no podía caminar con mis pies chapinos, me conversaba con el poder de las palabras con que conversa la gente que ha regresado a comer crema en el parque.

Tengo otro cuerpo por fuera de mi andamio, lo sostiene ese sentimiento mío que derrite tus pensamientos como el helado en tu lengua, medio cuerpo es corona del virus y el otro medio es una gota de miel de abeja reina que viene de néctares de flores y esas mieles corren en mi como un desfile de hormigas que distribuyen mi vacuna. Mi alivio estaba en tus besos.

La Ternura – Escultura de Paul Lancz – Sherbrooke Street – Montreal

2 respuestas a “Sueño entre la virosis”

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