Juan sin miedo minifalda y diablos

Somos una travesía de calendarios sin remedio, vejez o enfermedad en la corriente eterna que arrastra todas las edades en esa incapacidad de separar alma y cuerpo, sin concentrarnos trascendentes en otras dimensiones donde somos cuerpo, espíritu y conexiones entre vida, infiernos y universo. No sé si alistamos el final más allá de oraciones o cálculos abstrusos hacia cuando se rompan o transformen las ataduras en los puntos de un purgatorio que nos liga a dimensiones más allá del final físico.

En en archivos de mi hermana Amparo hallé una narrativa que transcribe lo que la gente no decía, entre eso “Juan sin miedo”, un cuento diferente del muy famoso de los Hermanos Grimm, alguien se lo narró a Estefanía Orozco Gil, niña de 9 años que estudiaba en grado 4° en la escuela María Inmaculada, años 90.

Cuando Estefanía entregó a su maestra esta versión, se sugieren aquellas ataduras de la cultura religiosa que involucra demonios y castigos más allá de la muerte.

Investigaba para escribir el libro “El Congal – Diáspora y bordado”, escuché versiones parecidas de los viejos, Malía Velásquez y Martín Alonso Sánchez, algún rasgo y pistas dio Julialba acerca de mitos sobresalientes de una dama generosa en la historia de Marsella, abuela de un poeta muy reconocido por sus palabras al hijo para que no use cauchera, ella recogía mercado que donaban casa a casa y el comercio, lo cargaba en un buey que recorría calle a casa. Estefanía sin dar nombres, escribió bien ese mito que la mayoría desconoce, recordé más de esa historia cuando hablaba el señor Sánchez del Español; cuando hablaban de eso, disminuían sus voces y entonaban un lenguaje de advertencia con tono sepulcral: —Mijito, ¡tenga presente que es un secreto y de esto no se puede hablar!

Juan sin miedo

En Marsella habitó cerca de la plaza, hace mucho tiempo, una mujer buena que ayudaba a todo el que necesitaba y a la hora de la misa era la primera en llegar a la iglesia. Pero aquella mujer caritativa, la más amiga del sacerdote monseñor, guardaba un secreto, tan grande, que ni siquiera al otro cura, el párroco del pueblo, se lo quiso confesar nunca.

Un día le llegó a la señora buena una grave enfermedad, postrada en cama, sus ojos eran enormes y se le había hinchado el cuerpo, los árboles se marchitaban en su patio, cuando en las calles se deslizó una sombra después de haberse detenido el humo de las chimeneas, con mucho sufrimiento falleció.  

El pueblo de Marsella estaba conmovido, la mujer se había ganado todo su amor y devoción; fue así como, por sus buenas acciones, decidieron velarla en la iglesia y celebrarle los siete días de duelo que su familia traía como tradición española desde el Califato de Córdova y costumbres maronitas.

Una vez allí el cadáver, sucedieron cosas extrañas, después de las oraciones del anochecer, el párroco veía como dos demonios con cuerpo de hombre y cabeza de macho cabrío, trataban de abrir el ataúd sin conseguirlo. El sacerdote envió emisarios a las casas debido al gran aprecio que sentían, convocado todo el pueblo, reunió a los hombres más fuertes y valientes para que protegieran el cuerpo de la mujer hasta la hora de la sepultura.

Hombre cabra que deambula por caminos secundarios, figura asociada a creencias medievales, proviene de mitos sarracenos. Cada mito se transforma más cuando la nueva cultura lo involucra en literatura y espectáculos del cine. Imagen tomada de https://darktv.es/blog/el-hombre-cabra-leyenda-urbana-o-una-excentricidad-de-la-ciencia/

Hacia las doce de la noche, cuando la mayoría se había retirado y desde ahí hasta las tres de la mañana, aquellos demonios regresaron y rondaron, mayor fue la sorpresa del párroco que oraba desde un confesionario cuando vio que esos hombres, los más valientes del pueblo, huían aterrorizados.

Interior del templo de Marsella. Fotografia de Emilio Rojas en: http://marsella-educativa.gov.co/?start=5

Decidieron el párroco y monseñor, proteger a su amiga difunta, pidieron a las damas del sagrario llevar el cuerpo y lavarlo en agua con canela dentro de la sacristía para purificarlo, según costumbres judías, le aromaron con incienso y le ungieron con el Chrisma griego, un aceite de oliva mezclado con perfumes y bálsamo, consagrado el jueves santo, más otro aceite sagrado de uso en iglesias romanas, ortodoxas y orientales, la velaron durante la segunda noche con oraciones para la sanación de cuerpo y alma. Los demonios rondaban y cuando alumbró el sol por el nevado del Ruiz huyeron hacia la fumarola del cráter.

Preparación del bálsamo sagrado

Aquí no terminó todo, faltaba la última y tal vez, la más peligrosa de las noches para suerte del alma de la mujer y de monseñor. Llegó entre sus invocaciones el espíritu de un hombre alto y corpulento que había peregrinado el Camino de Santiago desde Los Pirineos a Santiago de Compostela, tenía antepasados con aquella mujer buena.

Bendición del Santo Crisma

Juan sin miedo aterrorizaba con oraciones y miradas a todos los espantos, era imagen real de otra persona que llamaron como él cuando llegó por la Cuchilla Atravesada tras el rastro de un caminante que años antes, dicen por Chinchiná, que llegó desde la Tierra Santa. Aquel hombre se presentó al funeral para proteger el cuerpo y el alma de su pariente, la mujer buena, durante la última noche.

Durante siete horas “Juan sin miedo” combatió con los demonios entre una oscuridad sin velas. Salvó el alma de la dama buena. La enterraron al día siguiente. Lamentablemente Juan sin miedo quedó herido de gravedad; antes de morir, su espíritu prometió proteger a cuanto muerto necesitara.

Desde entonces en el cementerio de Marsella, algunos observan a media noche a Juan Sin Miedo sentado en las escalinatas, otros dicen que sienten la energía de un hombre corpulento que protege las tumbas durante los cuatro días antes de la muerte de cualquier habitante del pueblo. Así completa el ciclo de los siete días del duelo hasta la salvación de sus almas.

Escalinatas y cúpula central del cementerio de Marsella

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