Me ha gustado tanto esta descripción de la urraca que nos trae Julie Sopetrán, a quien admiro y leo con constancia.
Poco he convivido con las urracas en los escenarios de mi vida; quiza, o soy muy distraido, o tengo cierta ceguera de situación frente a las aves. Tambien porque en mi pueblo solían llamar urraca a cierta dama entrometida.
«Quien escuche a la urraca será un necio», eso decía el gran filósofo Félix María Samaniego, en su maravilloso poema: El Pastor y el Filósofo. Sin embargo a mi, la urraca, me cautiva más por sus pequeños saltos, que por su graznar. Sabe pavonearse, llamar la atención, hacer ruido, ser diferente. Siempre está inquieta. ¿Busca o teme a las cosas que brillan? Guarda secretamente los diminutos tesoros que roba en lugares que nadie conoce, piedrecillas, lazos de colores, baratijas… Se rodea de cosas inservibles, busca en las basuras, se recrea entre desechos como el propio Diógenes. Me gustaba observarla cuando era niña, cuando iba por el camino de la fuente, por el monte, cuando me la encontraba en las calles, en los jardines picoteando la hierba… Pensé que ya habían desaparecido, porque no las veía, pero me alegra descubrir que todavía existe alguna familia en mi pequeño pueblo. Las recuerdo…
Ver la entrada original 229 palabras más