Mi cabeza se revolvía con historias que había contado mi hermana. Había fallecido y mi duelo eran tensiones, rebrujo y levedad de oraciones de mujeres desveladas. Encontré en la biblioteca de Amparo una carpeta con narrativas de sus alumnas.
Pensé en aquellos días cuando Aleyda López, otra maestra fallecida, escribía que sus niñas alumnas querían casar a la luna con el sol en una escuela que dirigía doña Ester Bedoya por allá donde la lluvia se anunciaba con truenos míticos de la leyenda del oro de Marsella.
La municipalidad entregó a esa escuela de niñas un busto de Simón Bolívar que habían quitado del parque La Pola, allá colocaron una estatua nueva, las profesoras le fijaron espacio en el monumento a la bandera donde solo permaneció unos días porque se trasladó la María Inmaculada a un edificio nuevo, el Juan José Rondón, habían demolido un inmueble de madera republicano con puertas talladas que roían los comejenes y un político amante de construcciones con ladrillo, cemento y comisiones. Remplazó la escuela donde estudiábamos los niños y ubicaron ahí las niñas.
Aquel busto de Bolívar era un pedazo de yeso que terminó refundido en el cuarto de rebrujos al lado de los baños; al guardarlo, la cabeza se desprendió del tronco; días después, las niñas que entraron a ese lugar a buscar un balón se asustaron, vieron a un hombre sin cabeza que generaba espanto.
El rumor corrió entre una y todas a voz a voz tenue y sigilosa, la profesora Mery utilizó ese efecto para rebrujar el estado de ánimo de las niñas, les decía: —Quien no presente las tareas será encerrada con el hombre sin cabeza.
La zozobra persistía cuando llegó una nueva profesora, María Teresa López, sugirió que debían florecer mejores estados de ánimo y sacaran el busto del cuarto. La cabeza no aparecía, para encontrarla quizá fuera necesario descifrar otras cabezas que cayeron como naranjas de árboles heridos.
El hecho soltó nuevos rumores que sonaban con más susurros, los mayores no lo admitían y las niñas lo transmitían. La profesora dijo: escribamos eso para desrembrujarnos, me lo traen de tarea sin amenazas porque debemos despojarnos de rebrujos.
El rebrujo de mi cabeza comenzó a desenredarse al año de la muerte de mi hermana, entre sus rebrujos encontré aquella carpeta con las cosas que aquella vez escribieron las niñas.
Esa noche divagué en las calles de Marsella, percibía voces de otras cabezas perdidas que vagan entre el silencio de paredes y andenes. Decían que en la noche varias personas veían personas sin cabeza y cuerpos mutilados que salían del rio Cauca y vagaban por las calles y caminos de Marsella, también a Bolívar en un caballo colimocho, algún cuerpo clamaba en espera del jinete difunto, andaba con el perro del mendigo que se había perdido en la noche de la granizada y con el gato de la viuda que se le había espantado por los tiros de Chuchi Sierra cuando la hizo levantar para que le diera la cuota del comparto.
Otras voces sobre la cabeza del busto de Bolívar, dijeron que aparecía en la oscuridad o se notaba en sombras de luz de luna, a veces en las ventanas y otras en los muros, atisbaba para encontrar a los que se habían perdido, no era solo su cuerpo sino las partes de muchos asesinados en los municipios del sur a quienes arrojaron al Rio Cauca, los vecinos de la vereda Beltrán los rescataban y traían al cementerio.
Bolívar jamás logró la libertad y liberación de aquellos porque las violencias persisitieron en Colombia durante estos 200 años desde cuando fueron sus batallas por la independencia.
Cuando Tista el enano vendía dulces y salchichón en la esquina de la plaza junto al árbol de mangos, decían que estaba loco porque aseguraba que veía la cabeza de la antigua estatua de Bolívar y hasta se le acercaba para preguntarle si había visto su cuerpo que habían desprendido como lo hicieron con las cinco repúblicas que él liberó.
Algunos niños escribieron sobre los otros chicos necios, dizque habían enterrado la cabeza de Bolívar en un lugar desconocido para que no los siguieran asustando con eso. Otros dijeron que la vieron rodar por un terreno que se desbarrancó cuando cavaron en el lado posterior de la escuela para construir allí una estación de gasolina.
Los niños de la escuela de la vereda Beltrán jamás vieron la cabeza perdida del busto de Bolívar, sinembargo veían cuerpos mutilados que traía el rio Cauca después de la masacre de Trujillo Valle y de todas las violencias que desagua su cuenca.
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