En Central Aguirre

Viviana

Tengo la misma tristeza y él quería liberársele, los hechos salían mal y aquí quedaban ruinas del proyecto del azúcar en Aguirre donde la Company Town dividía a los pobladores entre ejecutivos y jornaleros, pensaba y pensaba, no tenía ideas nuevas, tampoco quería hacer nada.

Toda esa macacoa lo poseía cuando conoció a mi abuela Sara en el poblado de Central Aguirre. Ella se la quitó con su mirada. Yo ahora estoy solo, aquí mismo recorro esas calle y recuerdo.

Residente – Hijos del cañaveral

Él le dijo a mi padre cuando quiso saber su historia con mi abuela: ¿Cómo se conocieron? —La observé y la descubrí, barría la calle frente a una casa prefabricada que su familia compró en el Oeste de Estados Unidos—. Aún está ahí, en esa callecita de casas blancas de estilo campestre entre un paisaje de novelas y anuncios de películas, con salón de belleza, barbería, escuela, hotel  y un club náutico.

Casa en Central Aguirre – Salinas Puerto Rico

Las angustias de mi abuelo comenzaron a disgregarse frente al horizonte iluminado de este paraje aún oloroso a molienda de azúcar.  Yo también busco aquí perder la angustia con la bomba y plena de su folclor.

—La admiré desde el primer segundo. Me detuve. Me fijé en ella y me compenetró con esos ojos de miel. —  En esa calle siempre acompasa el ritmo de ciertos momentos de la tarde, un vientecillo con un movimiento de tres claves resuena en los alambrados como el toque de una bordonúa cuando vibra; esa guitarrilla puertorriqueña, ese mismo ritmo vital de bajo, como el lloriqueo o el gemido, sonaba cuando él miró acariciante su cabellera larga trigueña peinada de raya al lado, la miró a sus sandalias y notó bailar levemente sus pies y piernas y lo incluyó en ese ritmo.

—Vestía una falda blanca de seda de tono crudo y de largo uso, con ruedo más arriba de sus rodillas. Me disipé en la perfección  de sus piernas  y su cadera, su torso despuntaba bajo una blusa con franjas de gamas variadas de amarillo, esa fisonomía me sedujo—. Recordaba ante sus amigos de Cartagena.

Cuatro, tiple y bordonúa – Instrumentos típicos de Puerto Rico

Imagino cuando Sara estuvo en esta calle junto a él, la veo resaltada sobre este verdor y frescura con vista al mar entre jardines frente a las casas. Yo también siento la ruptura de los hilos tristes que lo ataban y destrincaban de su desespero inútil y atosigante. Decía que ella lo liberó de sus frenos mentales, desprendía una fragancia que disipaba los demás aromas de la naturaleza, le llegó con un aire que lo envolvió de fantasías de deseo, lo puso indefenso ante el advenimiento del amor y entró en ese estado de distensión y de secuestro con una encerrona sutil que la envolvía, sin ella misma ser consciente de esa fuerza invencible. 

—Miré perplejo sus labios—. Lo decía siempre. Y  en ese momento y lugar mi abuela se enamoró de ojo. En ese momento y lugar, la chispa ingenua en sus ojos  y la energía deseable del olor sensual de mi abuela, atraparon a mi abuelo.

En los días siguientes, un notario de Central Aguirre me habló del viejo Camelo, me llamó atención porque Calipso el danés, un antepasado de mi abuela Sara, aparecía en el registro de nacimiento de Clarita, la tía hermana de mi padre. Camelo estaba joven cuando los encontró.

Emiliano

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