MARSELLA
Calles de mi vida, su magia desapareció después de edad y andanzas. Crecí en un pueblo mojigato donde el cura ordenaba todo.
Los cambios de época las transformaron, las recuerdo en la orilla de mi tiempo y la distancia del paso entre dos siglos, apenas se vislumbra el recuerdo del asesino de las tres de la mañana que guardaba debajo de su ruana un tesoro inexistente en la botella vacía de aguardiente.
En una ventana la luna acariciaba a la rubia sin nada puesto encima más allá de los misterios del aroma en sus poros que invadía mi erotismo. Sabía ser amante, ramera, reina del baile, desvestirse con un suspiro y atacar como fiera al agresor con sus tacones. Guardaba secretos de las conversaciones de los políticos y los bandidos.
Me alejé sin un mañana de regreso, la veía calzarse y erguir su busto, pintase el rostro y acicalarse para un nuevo cliente. La Calle donde vivía desapareció con los años de la liberación femenina.
Cine Argentino de 1954
CALLE LARGA DEL MORRO
En Tacaloa al norte mis pies se desnudaron
mi lugar era El Morro, calle libre sin memoria
y un sur de ceremonia, sermón y mística cristiana
que olvide con pasos de arrabal en Chava Luna.
Caricias, crespones de recuerdos repetidos
su esquina sola sin farol y derribada en luna llena
temblores arrasaron la lujuria, sangre de violencia,
la rubia abandonada, sin gatos, materos, almohadones.
Ningún trago de ron en sus rincones ni amantes esquivos.
Pianola sin vibración de son y bolero antillano,
detrás un tango de Gardel y una moneda loca
su dueña era la música del tiempo borrascoso
de amantes andariegos tras orgías
y fatigas de mujeres violentadas,
pecados con sordera a los sermones
placer sin paraíso y sin demonio,
armonía con palabras de furia sin olvido,
frases de incendio, piernas mudas,
noches de amor indescifrable ido por grietas
años idos fisurados en días de vigilia
sin aleteos de ángeles
traspasaron el mundo en algún sueño con recato
fue su tiempo con rostro disuelto en el espejo.
Ya en Tacaloa
no está El Morro exótico al final de Calle Larga
los mapas no trazaran su destino
las piedras silenciaron su deleite,
sus casas son de polvo de voluptuosidad
y olvidos repetidos sin luces de catedrales.
La juventud, la vejez, la varonía machista,
con luna adversa y murciélagos volátiles
dieron látigo al viernes de las letanías,
amores en espera, sus dueñas los besan,
los catres rechinan su canto sin orden.
días fastos, nefastos de recato lavado en palangana.
PEREIRA
Un recuerdo eterniza la soledad de la noche más oscura que jamás se chocó con la noche estrellada y el bullicio, me acerqué a sus besos y los perdí entre silencio y brillo de sus labios.
MI CALLE PEREIRANA
Era mi calle larga antaño, fresca con viento del nevado,
vive ahora entre smog caliente, la perturba.
Perdió la bicicleta de señorita enamorada,
no quedan sus puertas de madera y el silencio,
y aun la persigo en el andar a través de mí mismo.
Su soledad huyó del pueblo desplazada,
la llenó su algarabía de ciudad
y la olvide con afanes al trabajo.
No está su sonrisa coqueta en la ventana.
Venimos todos, siempre estamos llegando,
de lejanías y caminos, de noches de utopía,
arribamos de otras calles con mirada de vikingos,
dos de la tarde, cojeando y sin muleta,
desde otros besos, mar y sal, al aguacero,
y la luna pereirana no deja de reírnos levemente
detrás de fumarolas del volcán porque en la calle esta la vida loca y continúa
4 respuestas a “Calles en tierra cafetera”
Mágica imagen la de esa calle y esas casas de innumerables puertas y balcones en Pereira, y mágicas y evocadoras tus poesías.
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Siempre en las calles y ciudades con el ritmo de las horas se dan momentos mágicos, uno es el ritmo en la madrugada y otro en el medio día. Las fotografías recogen esa magia. Gracias por tu comentario.
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Me gustan mucho tus escritos, siento que tienen música, yo creo que lo que me seducen son esas expresiones y esas palabras tan de allí, que en España no se usan y son tan lindas…
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Venimos de mil caminos, llegaron antepasados desde lugares europeos y los ancestros indígenas y negros, regaron los caminos de palabras, al trajinarlos las ibamos tomando con las flores y en la mochila se metían. Negociamos con esas palabras, enamoramos con esas palabras y ellas son nuestro destino.
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