Mitos del Edificio Eduardo Santos

Tras una reunión en un salón del Hotel Movich de Pereira, en el baño del primer piso reconocí al fantasma de un  teniente del año 1936, con su atuendo de entonces, se veía lavándose los dientes. No sentí molestias ni temor, varias veces en 1962 me persiguió ese mito y escribo para desembrujarme.

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Por ahí ando entre sotanas, era el más pequeño.

En esos años del siglo XX, mis padres me habían enviado a estudiar al seminario, aunque no quería ser cura, tampoco tenía los años para pensar en el futuro. Empararon mi ropa en una caja y me despacharon a la fuerza en el carro de Omar Vélez; Genovevita Alvarez nos despidió, cuando ella puso sus ojos castos en nosotros, ahí el peligro, se había soñado viéndonos como unos sacerdotes celebrantes y visionó en mi cabeza el gorro horrible que se coloca el obispo en sus ceremonias. Quedé condenado y pude salvarme porque en ese tiempo recé tanto que ahí me deben los santos todas esas oraciones.

El primer día alguien me habló: —De aquí en adelante no habrá mujeres, ni llamadas por teléfono, estarás vestido con sotana y solo tendrás el goce de la contemplación divina y el olor del altar en la mañana y en la tarde— era el padre Mario Giraldo, me recibió con mi hermano gemelo en el seminario menor de Pereira para vivir entre orden, disciplina y la ausencia del goce de mirar a una mujer cuando se pinta el rouge en los labios y se acomoda el brasier, solo silencio y oraciones. No era aún adolescente, 1961, más de cien estudiantes para ser curas, entre ellos el actual obispo de Pereira, Genovevita se equivocó en el sueño o la suerte de mis oraciones quedó en cabeza de Rigoberto, éramos plumíferos imberbes; Genovevita Álvarez, la mujer más santa de Marsella financiaba a los 16 de nuestro pueblo, teníamos nuestro propio equipo de fútbol y le jugábamos a la selección del seminario.

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Edificio Eduardo Santos 1962 – cuando era Seminario San José – fotos antiguas de Pereira 

Cuando el carro me dejó en Pereira, esquina donde se inicia la Circunvalar, pregunté al ventero de periódicos por el sitio del seminario, ahí es, y señaló mientras me dijo, hace muchos años hubo ahí un pequeño cementerio, luego ahí funcionaba el batallón hasta cuando lo pasaron a Maraya, dicen que por ahí andan las ánimas.

En la primera noche era luna nueva, oscuro el Edificio Eduardo Santos, quería desembrujarme de ese mito, todos se acostaron, me aposté en el corredor y miré al patio, busqué a la gente del antiguo cementerio entre las sombras, deberían andar por ahí, imaginé el desfile de las ánimas hasta verlas a todas en fila, traspasaban las paredes y las animé a pasar la calle hacia la iglesia de San José, allá se acomodaron en un lugar donde están los osarios, las acompañaban los cantos de los grillos y las luciérnagas.

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Vista frontal de 1952 cuando funcionaba el Batallón San Mateo

En abril de 1961, una operación militar de cubanos exiliados invadía Bahía Cochinos en Cuba, los seminaristas estaban tensos por las noticias de la radio, era la época de la guerra fría entre Rusia y Estados Unidos, la seguíamos en la clase del padre Jaramillo. Aquella noche Albeiro Rendón, hoy un gran sacerdote, se puso tenso, deliraba y tiritaba por el miedo, asumía que Pereira sería bombardeado, y el loco Cristóbal Correa, portero del equipo del seminario, intentó calmarlo: tranquilízate, yo toda la noche estaré atento, mirá que las luces del aviso: “Coltejer viste a Colombia”, que está encima de la alcaldía, se reflejan en la ventana de nuestro dormitorio, seguro que cuando caiga la primera bomba esta noche, a lo primero que le dan es al centro de Pereira, cuando se apaguen esas luces la mitad de mi cuerpo será tierra y la otra mitad sangre, pero tranquilo, yo te aviso, entonces, te pones las ropa para que huyamos. Acuérdate que este edificio era un batallón.

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El edificio tenía dos mitos que hacían parte de un mismo drama, se hacían visibles para quienes salían al corredor para ir orinar en la noche, los baños estaban a 40 metros del dormitorio, sentían la mitad de su cuerpo metido entre llamas, un impulso los llevaba y se  mojaban la cara, a su lado los miraba, ahí en el lavabo, aquel teniente lavándose los dientes, su ánima y su miedo se estrellaban en las paredes del cuerpo, la lengua se les paralizaba y la boca se llenaba de arena, quien lo veía siempre iba al baño acompañado y por más que hubiera rezado se orinaban antes de tiempo.

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En patios del batallón San Mateo cuando funcionaba en el edificio Eduardo Santos, hoy está allí el Hotel Movich de Pereira. 

En otra de sus noches, algún seminarista aseguró haber visto colgado de una columna el cuerpo de un soldado ahorcado, era noviembre de 1961 y ese mito quedo ahí por muchos años, ciento cincuenta meses después escuche a Muñoz en Ciató, fue militar reclutado en Pueblo Rico y me comentó aquel suceso, aseguró que entonces la mujer del comandante se dejó seducir por el teniente, lo sabía un soldado muy soplón que no se aguantó, sentía vergüenza ajena al ver a su comandante con esos cachos; ahí quedó esa imagen, porque lo ahorcaron cerca de la cárcel de Itaurí en camino hacia Chocó y la primera en verlo fue ella cuando llegó una noche al batallón para indagar porque su hombre no llegaba.

Había una hilera de árboles de sauce y eucaliptos en la parte posterior del edificio hacia la calle 16 y Muñoz aseguró que ella también fue sepultada debajo de uno de esos sauces. Las vecinas del frente decían escuchar el llanto de esa mujer después de medianoche.

Recuerdo a un seminarista del Quindío, quien venía de una vereda de huida del ruido de las chicharras. Cuando confesó el motivo le bautizaron «Chicharra». Buscaba el silencio del seminario para calmar ese sonido persistente en su cerebro y para tomar el olor de la santidad, pidió al padre Fabio Rivera que le regalara unas gotas del perfume con el cual se aromatiza el altar el jueves santo y el día del Corpus Christie. Un domingo en su cumpleaños se echó el perfume santo, lo seminaristas ese día pasaban por su lado, se bendecían y le saludaban con señal de santiguarse. El Santo más bendito terminó en su Génova natal enredado con tres viejas alegonas, asi paga el precio por declararse un santo.

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Edificio Eduardo Santos, esquina calle 16 Avenida Circunvalar – Pereira- donde funcionó el Seminario Menor San José, imagen desde un helicóptero en 1964. Autor Sacerdote Luis Lentijo Jaramillo, estaba siendo restaurada una parte de la construcción de la Iglesia San José que se cayó en el terremoto de 1962, estando aún en construcción.  

7 respuestas a “Mitos del Edificio Eduardo Santos”

  1. Hola Guillermo, me parece estar viendo lo que cuentas. Todos los seminarios y noviciados del mundo tienen algo en común, sólo que yo no sabría historiar el mío tan amenamente como tú. También andaban por su recinto algunos fantasmas de milicos.
    Para cuando nos veamos…
    Un abrazo
    Ramón

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  2. A veces uno esta en una esquina de la ciudad y se imagina calles solas, pasa esta prueba y comienza a mirar los fantasmas de quienes alguna vez y en años idos estuvieron por ahí, quizá un parecido se detenga, pregúntale y seguro te contará una historia. Saludo desde esta tierra de leyenda y de pájaros que vuelan en migraciones y de esos otros que andan armados y hacen daño a otros, de todo hay en la viña del señor, decía mi abuela, mientra yo me preguntaba, Y ¿Quien podrá ser la señora de ese señor?

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  3. Me llamo James Cárdenas Henao, estudié 3 años en el Seminario (1958-1959-1960), compañero de curso de Cristóbal Correa Isaza (q.e.p.d.)
    Me gustaría establecer correspondencia con quienes estudiaron en esos años allí y asi recordar aquel entonces.
    Mi correo electrónico es: cardenashenaojames2@gma.com
    Vivo en Tuluá, Valle del Cauca

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  4. Álvaro Gonzalez
    Gracias Guillermo por estos recuerdos , el seminario era algo terrorífico, yo también sufrí miedos pues sentí ese mito que corría en nuestra región, que era la patasola, la sentí una noche llegar hasta la puerta de la habitación, fue algo historias muchos las vivimos. Un abrazo

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