Momento 1:
Es sábado a las once de la noche. Encontré a Sofía, la Italiana, vivía en San Fernando – barrio de Cali-, su cara triste, le habían apaleado el corazón, quien fue su amante se lo transformó en un rajadero de leña. Ni siquiera le agradeció sus intimidades y su ternura, la bajó violento de un ford Falcon rojo con lista negra, y la dejó llorosa y tirada en el andén.
¿Hacia dónde andaría el sapito príncipe de sus sueños?… Suena una canción de la salsa de Héctor Lavoe:
Ella va triste y vacía
llorando una traición con amargura
por aquel que le decía
que era su amor y su locura
Ya la vida le ha enseñado demasiado
cometer el mismo error no le interesa
los amores que ha tenido le fallaron
y dejaron en el aire las promesas
y dejaron en el aire las promesas..
Ella va triste y vacía
llorando una traición con amargura
por aquel que le decía
que era su amor y su locura
va tratando de lograr lo que ha soñado
aprovecha la experiencia de la vida
va olvidando sufrimientos del pasado
la calumnia y la mentira la castigan
la calumnia y la mentira la castigan..
La encontré ahí, sentada en la calle, me animé, posé mi mano en sus hombros, le besé por encima de las cejas y bajé mis labios a su mejilla para limpiarle sus lágrimas. Le recordé que fue precisamente en ese mismo andén donde encontré en abril del año 1972 al escritor Andrés Caicedo, quizá estaba tan triste como ella.

Se calmó, le conté que lo conocí en el año de 1971 en el Cineclub de Cali en el Teatro San Fernando.
Luciana. —Te veo en como uno de esos personajes de ficción de Jean Luc Godard, cambiemos esta conversación sobre tu tristeza y hablemos de liberación, no puede ser que te dejes apachurrar por un man que solo pensó en sexo y ya.
«Tras las dificultades de subir a la montaña, cuando se desciende de nuevo, llegan las dificultades de la llanura», eso decía Godard citando la memoria de Bretch. Te está amarrando la eterna melancolía del pesimismo por una primera experiencia de amor.
Le conté que en junio del 71, Andrés Caicedo nos acompañó al grupo de estudios en el Barrio Popular, nos reunimos al pie de la Ceiba en nuestro patio exterior hacia la calle 44 con carrera cuarta. Llegó y saludó, orinó en su tronco y marcó territorio, leímos versos de Fernando Pessoa:
«Hay dolencias peores que las dolencias,
hay dolores que no duelen, ni en el alma
pero que son dolorosos más que los otros».
Lo invitamos a comer obleas Gamba en la terraza, se comió la primera con dulce de leche y maní y otra con crema de leche y pedacitos de fruta, me invitó con Armando Dossman a meter hongos alucinantes en Pance; aquel paraje que llaman ahora “El valle de los hongos”, nos llevó el atardecer de un cielo anaranjado hacia una alucinación, éramos parte del bosque protector del río, veíamos correr la sangre por las venas como si fuera una torrente de sabia que hacía estallar flores en los árboles.
Momento 2.
Pero hoy me alucina la tristeza en los ojos de Luciana y la invito a la discoteca “Juan Pachanga” de Juanchito para que bailemos la tristeza, la botamos con pasos de salsa al piso, como hacen los negros, le echamos ron viejo de Caldas y cuatro cubos de ron a cada trago. El disc-jockey puso a sonar la salsa triste de Héctor Lavoe:
El discómano acaricia el pelo de Luciana y le cuenta que a Juan Pachanga también llegó en la noche de un sábado el cantante Héctor Lavoe, estaba triste y descalzo y el portero no lo reconocía. Le negó la entrada. Héctor discutía y manoteaba, vecinos de Juanchito lo intentaban calmar, sumó a su tristeza la rabia en sus ojos y sus puños amenazantes de hombre incapaz de atacar a nadie; calzado y aún enojado, no quería cantar, Alfredo de la Fe, el violinista de la salsa reclamaba porque no lo dejaron entrar sin zapatos. Héctor cantó cubierto con un abrigo, sentado y sin mirar a nadie.
Ella va triste y vacía
llorando una traición con amargura
por aquel que le decía
que era su amor y su locura
por aquel que le decía
que era su amor y su locura
pero en todo este pasaje de la vida
ha sabido mantenerse con decencia
aunque muchos habladores la confundan
aunque muchos traten de inventar con ella
aunque muchos traten de inventar con ella

Luciana baila y revuelca su tristeza entre la salsa, me abraza loca y me acaricia, las luces de Juanchito no son melancólicas, tampoco las luces del París del cine de Jean Luc Godard.
Ella va triste y vacía
llorando una traición con amargura
por aquel que le decía
que era su amor y su locura
que era su amor y su locura
coro: ella va triste y vacía
En su rostro se comprenden
los fracasos de la vida
coro: ella va triste y vacía
la calumnia y la mentira
y el desamor la castigan
coro: ella va triste y vacía
fue que todo el mundo le fallo
y ella no lo merecía
coro: ella va triste y vacía
por fracasos de la vida..
Amanecimos con baile loco de salsa de Cali,
Momento tres.
Y al amanecer acompañé a Luciana a caminar, aún lloraba hasta cuando se encaramó en un árbol en la orilla del río Cauca, al lado de Puerto Mallarino, encontró un nido en una rama y le cantó a los pajaritos. Entre el amor de Luciana y el de su amante, ahí he de entrar yo, y la veré levantar trescientas noches de salsa como trescientas paredes en las calles de Cali hasta cuando ella sea como la Ceiba que se levantaba al lado de mi casa, ese árbol nos enseñaba que la vida era florecer y amanecer cualquier día deshojados como anuncio los cambios.
Así es que muere un amor
hay que nadie comprendía
la promesa le fallaron
los errores de Sofía
coro: ella va triste y vacía
a donde irá la pobre
niña triste por marchita y desolada
pero que cosa le harían
coro: ella va triste y vacía
caminaba tan orgullosa
y de su dolor nadie sabía
coro: ella va triste y vacía
mírala que linda viene
mírala que linda va
a donde se escondería
coro: ella va triste y vacía
Yo la vi llorando yo la vi.
Ahora escucha la canción y piensa, jamás hagas llorar a las mujeres.